Diario de León
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Con viento fresco JOSÉ A. BALBOA DE PAZ

No he venido por corporativismo, me dice el amigo periodista, estoy aquí porque me caía bien. Había mucha gente en su entierro, amigos del pueblo y compañeros de profesión. Creo que todos estábamos acompañando su féretro porque nos caía bien, porque era una buena persona y un periodista singular. Con 73 años, Toño Garay, tras una grave operación coronaria que lo tuvo postrado en el hospital de León casi veinte días, moría con las botas puestas en el oficio que había ejercido durante estos últimos veinticinco años en varios medios. Pertenecía a aquella vieja raza de cronistas locales, como los inolvidables Manuel Pérez Álvarez, d e Fabero, y Rivera Merayo, de Bembibre; hombres entregados a su oficio, callejeros, siempre en medio de los sucesos y que emitían crónicas jugosas y de entrañable contenido humano en la radio; pero que luego escribían, especialmente Toño Garay, con soltura, gracia y buen hacer, no exento de una ironía muy propia de esta zona oeste de la provincia.

Los pueblos del Bierzo Bajo, las asociaciones de agricultores y vecinos, las parroquias han perdido a un confidente al que podían contar sus cuitas, porque sabían que Toño les daría la voz en los medios para que las administraciones supieran de sus problemas. Asistía a los plenos de los ayuntamientos, sufría las largas asambleas de las cooperativas, estaba al pie de todo suceso trágico o festivo. Todos sentirán su muerte, pero especialmente lo harán sus vecinos de Cacabelos, porque Garay era un hombre de la calle, una persona visible que todo el mundo podía ver, con su andar pausado, deambular de un sitio para otro en busca de noticias. No había acontecimiento en el pueblo en el que él no estuviera presente, pero no solo para noticiarlo o comentarlo, sino muchas veces para participar en él, sobre todo en aquello que tuviera relación con la cultura y la historia de la villa del Cúa. Promocionar los recursos turísticos del pueblo y propagar la calidad de los caldos de Bierzo fue en él una constante, en el último caso premiada con un Gaucelmo, distinción que otorga la Denominación de Origen Bierzo.

La historia de nuestro pueblo, el pasado prerromano y romano del Bierzo, era su pasión más acendrada, pasión que, muchos años antes, le había trasmitido Eumenio García, un pionero de la historia local, con el que, a veces, recorría los castros de la comarca, pero que él alimentó aún más durante los años que vivió en Tarragona. Fruto de aquella colaboración fue la Peña el Pedrusco, origen del primer museo arqueológico de la villa y, muerto Eumenio, la publicación del libro de ambos Augusto, guerra en Hispania que editó el Instituto Leonés de Cultura. Antes de su publicación me pidió que le echara un vistazo. Había ideas que yo no compartía y datos discutibles a tenor de la moderna historiografía, pero le dije que lo publicara tal cual, pues me parecía que recogía bien lo que ambos habían defendido durante años y era un digno testimonio de una forma de hacer historia con el corazón que, en gran parte, ahora ya se ha perdido. Y es que tanto Eumenio como Antonio sentían la historia como propia; no como un mundo periclitado sino presente en nuestras vidas.

Ese presentismo, especialmente en Garay, tenía que ver con su amor por la patria, la grande y la chica, que afloraba fácilmente en su charla siempre animada. No hablaba de política, sus crónicas buscaban ser fieles a la verdad y no partidistas -”no exagero si digo que se llevaba bien con todos los políticos de la zona, colorados o blancos-”, pero eso no significa que olvidara la raíz en la que se sustentaban sus principios deontológicos, que no era sino su españolidad. La practicaba pero no discutía sobre ella, quizá porque su carácter era conciliador, poco propenso a las discusiones y menos a las disputas. Era un hombre alegre, de sonrisa fácil y muy sociable. La bodega del Niño , en la que tantas horas pasó de tertulia con sus amigos, pierde uno de sus parroquianos más asiduos, y el pueblo de Cacabelos uno de sus personajes más singulares y populares.

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