Diario de León
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Contracorriente miguel paz cabanas

Posiblemente haya que empezar a evaluar la seriedad de un país por el número de mamarrachos que lo habitan y el grado de repercusión mediática que alcanzan en el seno de su sociedad. La mayoría de la gente piensa que estos «frikis» son sólo pájaros de un día y que de un modo u otro casi todos son, en su excentricidad, similares. En esto último se equivocan. A lo mejor no tanto por el tipo de majadería que practican y les otorga, por increíble que parezca, gloria y dinero, sino porque nunca hubo tantos como ahora y nunca recogieron tanto impacto popular ni tantas expectativas. De aquel Jon Manteca mutilado que, aprovechando las manifestaciones estudiantiles de la década de los ochenta (aquello, por cierto, sí que eran protestas, que ahora el personal parece narcotizado), la emprendió a muletazos con el reloj del Banco de España, al Jon Cobra que, consentido por una célebre presentadora en un programa público, se dedicó recientemente a pedir felaciones a diestro y siniestro delante de las cámaras, hay todo un recorrido que daría para un manual de sociología. Si el primero acabó en el trullo, el segundo es un modelo que llevará a los más jóvenes a pensar que para qué van a esforzarse estudiando, cuando haciendo el payaso en youtube o en la televisión digital se garantizan un próspero porvenir. Si encima ven que, no ya entre la plebe, sino incluso entre cargos institucionales y hasta presidentes de gobiernos (p.e.: Berlusconi), lo que cuenta es la desfachatez y el no rendir cuentas por nada (por cosas como la negligencia en la gestión, la prevaricación, las crisis en que nos meten los codiciosos, etc.), entonces apañados vamos. Esta mezcla de estadistas de medio pelo, banqueros que se lavan las manos y pelotudos que triunfan en directo, es para echarse a temblar y pensar que no nos hacen falta gurús para imaginar un futuro siniestro.

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