Cuernos
A esgaya | emilio gancedo
Hace algo más de una semana, las Cortes autonómicas entregaban a los representantes de la Real Colegiata de San Isidoro la medalla de oro de Castilla y León y el asunto... bueno, la situación se asemejó mucho al caso del marido que le pone los cuernos a la mujer y luego, para lavar su mala conciencia, va y le regala un collar de perlas.
Los medios de comunicación castellanos se hicieron eco del desembarco leonés en el búnker de Villa de Prado, unos con sorpresa («la entrega de la medalla se convirtió en un derroche de saludos, abrazos y bienvenidas para más de un leonés poco dado a frecuentar el parlamento regional »), otros silenciando casi por completo la presencia norteña, y hasta hubo quien hizo gala de afán apandador, desconocimiento de la realidad social y tergiversación histórica (por ejemplo, la columna de opinión titulada «Castilla empieza en León»). Lo dicho. Desde estos sotomontes aquello se percibió con lejanía y con sospecha. No es de recibo que la tierra que debe peregrinar de rodillas hasta las orillas del Pisuerga para mendigar las sobras de tal o cual subvención, que se ve obligada a pedir audiencia en pasillos sin fin y que ha de esperar años, largos años, a que las instituciones se dignen a instalar servicios decentes en San Miguel de Escalada o arreglos básicos en cualquier otro monumento (¿se imaginan cómo lucirían Las Médulas, la Catedral, el conjunto urbano de Villafranca, los monasterios de las Riberas, las ermitas montañesas, la gran ciudad astur de Lancia o los castros aupados a cualquier otero leonés si en vez de en este país arriscado estuvieran situadas en la provincia de Valladolid?).
Por eso, nada más actual y procedente que la pregunta efectuada a la consejera Salgueiro y al profesor John Keane en la presentación de León 2010: ¿Cómo se come que a la cuna europea de los parlamentos se le niegue su propio parlamento autonómico? No supieron responder. Menos joyas y más justicia.