No debe irse todavía
El rincón | manuel alcántara
Los amigos superficiales no son amigos, aunque hayan tenido la benevolencia de concedernos un trato amable. Josep Pla distinguía entre amigos, conocidos y saludados. ¿En qué categoría podemos clasificar al euro? Quizá en el de respetable, pero a pesar del tiempo que llevamos tratándole jamás hemos llegado a tener una absoluta confianza con él. Ahora la señora Merkel, que es en otra versión la suplente de la señora Thatcher, aunque no use -˜tres en uno-™ como desodorante, le ha dicho al señor Zapatero que el euro sólo se salvará frenando los déficit.
Ahí es nada. Frenar los déficit es como frenar a los cuatro jinetes del Apocalipsis en plena carrera sobre el gran hipódromo, lleno de jinetes locos y de un público resignado y doliente que ni siquiera ha apostado en las carreras. ¿Qué será del euro? Sería catastrófico que se limitara a pasar una temporada entre nosotros y se fuera, después de haber tenido mucho gusto en conocernos, sobre todo a algunos negociantes y a algunos de los llamados «gorrillas». El euro ha sido magnífico para los vendedores de pisos y para los aparcadores de coches. Llegó un momento en que un euro valía mucho más que un dólar, pero desdichadamente ese momento coincidió cuando teníamos los mismos euros y los mismos dólares.
Por la delgada memoria de mis bolsillos, como en la de cualquier persona de mi edad, han pasado muchas fugitivas monedas: de plata, de cobre, de níquel y de nada. Hola y adiós. El euro debe quedarse, aunque siempre se quede con los mismos. No es nos hayamos habituado a él, pero sería un lío sustituirlo. Que no nos asusten. No soy de los más preocupados por su posible desaparición, ya que dentro de muy poco tiempo es previsible que no necesite dinero suelto, pero sigo teniendo un cierto sentido de la hospitalidad.