El aborto como confrontación
Con viento fresco josé a. balboa de paz
No es un problema sólo de comunicación sino de despropósitos, tanto en política económica como exterior, donde las contradicciones y vergüenzas de sus ministros son públicamente aireadas por los sindicatos, que amenazan con huelgas por modificar la edad de jubilación, y por Chávez que desdice, con bravatas, la pusilánime y desnortada política de España. Zapatero cree que la comunicación, especialmente la económica, es «mejorable»; pero lo que pretende, ante los desfavorables sondeos, es lanzar una nueva campaña de agitación y propaganda. Así hay que entender el nombramiento de Félix Monteira como Secretario de Estado de Comunicación. Monteira, natural de Ponferrada y compañero de estudios en el Gil y Carrasco, estuvo vinculado durante treinta y tres años a Prisa y, hasta el viernes, era el director de Público, el periódico más sectario y anticlerical de toda la prensa nacional.
Con una crisis económica insuperable para el gobierno, un paro de más de cuatro millones de trabajadores, las amenazas al estado del bienestar, el fracaso movilizador de la Ley de Memoria Histórica, piensa Zapatero que llegó el momento de atizar el fuego del anticlericalismo, políticamente rentable. La aprobación la pasada semana de la ley del aborto, que ya ayer domingo provocaba la respuesta de los movimientos provida, puede ser un buen momento para tal campaña. De hecho, el sábado, la iniciaba Zapatero ante un grupo de mujeres, defendiendo el aborto como una gran conquista democrática, pues permite a estas decidir sobre el nasciturus, apoyándose en el supuesto de que la mujer es «propietaria de su cuerpo y de sus excrecencias»; es decir, que puede extirpar el embrión como si fuese una especie de verruga en su matriz. Si no desear a un hijo justifica el aborto, ¿significa acaso que es lícito asesinar a los padres porque el hijo tampoco desea tenerlos?.
En 2009, en apoyo de Bibiana Aído, criticaba Zapatero que «las objeciones a la oposición a la reforma de la ley del aborto son inasumibles en democracia». Frase grandilocuente que , como señala Gustavo Bueno en El fundamentalismo democrático , es una pura necedad vacía y carente de sentido; aunque, continúa el filósofo, se llena de contenido pragmático interpretada a la luz de lo que aquél entiende por democracia: el procedimiento de aprobación de las leyes, cualesquiera que estas sean, por la mayoría de las cámaras controladas por el partido del gobierno y sus apoyos parlamentarios. Ni siquiera se le pregunta al pueblo, a través de un referéndum, su opinión sobre este importante asunto. Al contrario, se le engaña diciendo que el aborto es una realidad social que hay que encauzar mediante leyes, pero no se dice que éstas no solucionan el problema sino que lo aumentan; se miente cuando se habla de penas de cárcel cuando no hay una sola mujer que sufra tal pena por abortar; y se callan los traumas psicológicos de las que abortan.
Nuevamente en apoyo de la ministra, «injustamente atacada por defender la igualdad y el progreso», Zapatero habló el sábado de que «sólo la hipocresía o el intento de convertir las convicciones religiosas en leyes permitían ignorar» el problema. Palabras que buscan deslindar dos campos inexistentes, dos Españas, la del progreso y la caverna. Considerar esta ley como un progreso es una consideración gratuita y temeraria, por no decir estúpida. ¿Qué parámetros utilizan para considerar el aborto progresista? Acaso, como dice Bueno, definen el progresismo por el derecho al aborto, y justifican éste por el progresismo, pero eso no es más que un ridículo círculo vicioso. Aún es peor interpretar el aborto en términos religiosos porque se opone la Iglesia Católica. Miles de científicos e intelectuales laicos, como los firmantes del Manifiesto de Madrid, también lo hacen desde posiciones políticas diferentes, al no ver normal, sino propio de una sociedad enferma, la matanza de 120.000 bebés al año. Zapatero, como sus asesores exseminaristas, cree que con este enfrentamiento puede ganar votos pero está por ver.