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Publicado por
Cayetano González
León

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El hecho de que todo un presidente del Gobierno haga una declaración expresa de apoyo a un juez sobre el que pesan tres querellas que le imputan un delito de prevaricación y que tienen que ser resueltas por el Tribunal Supremo, no parece que sea lo mas deseable en un Estado donde se supone que tiene que darse no sólo de derecho, sino sobre todo de hecho, la separación de poderes. Quizás Zapatero tenga algunas cosas que agradecerle a Garzón por su actuación durante el mal llamado «proceso de paz» en la pasada legislatura, pero incluso esa deuda de gratitud no justifica de ninguna manera la declaración hecha por el presidente del Gobierno el pasado domingo en Granada.

El problema de Garzón se llama Garzón. Su irrefrenable vanidad le ha conducido desde hace años a una situación donde no puede vivir sin estar en el centro de atención, sin ser el perejil de todas las salsas. Y eso es un mal camino para alguien que tiene que administrar justicia y que debería pasar mucho más desapercibido. Propongo a los lectores que hagan el esfuerzo de recordar sólo dos o tres nombres de jueces de la Audiencia Nacional. ¿Verdad que no les sale? Este ha sido el gran error de nuestro juez «estrella»: ser el que ha acaparado la atención de todos los focos.

Guste más el personaje o guste menos; caiga más o menos simpático, hay una cuestión de principio que el ciudadano no está dispuesto a tolerar. Si nos creemos que todos somos iguales ante la ley, ¿por qué se está montando todo este follón por tres querellas que diferentes colectivos políticos y sociales han presentado contra Garzón por un posible delito de prevaricación en cuestiones tan diferentes como la Guerra Civil y el franquismo, las conferencias en Nueva York o las escuchas a abogados en la cárcel con motivo del caso Gürtel? ¿Cualquier ciudadano tendría la misma cobertura y apoyo que este juez está teniendo por parte de gentes de la cultura, de la política y hasta del propio presidente del Gobierno? En la vida judicial de Garzón hay luces y sombras.

Es verdad, como ha resaltado el presidente, que en el pasado adoptó decisiones valientes para luchar desde el frente judicial contra ETA. Pero también es verdad que en la pasada legislatura, cuando Zapatero negoció políticamente con la banda terrorista, dijo e hizo algunas cosas que entraban en clara contradicción con lo que hasta entonces había sido su postura, por ejemplo, respecto a la denominada izquierda abertzale y, ¡oh casualidad!, todas esas declaraciones y actuaciones iban en la línea de apoyar y facilitar esa negociación. Garzón tiene en su mano aclarar el «chivatazo» a ETA del Bar Faisán, el mayor escándalo, junto a los GAL, de la lucha antiterrorista. Lo mismo que llegó a clarificar hasta cierto nivel el primer caso -"nunca desveló quien era la X de los GAL-" ahora tiene la oportunidad de que los españoles sepan que responsables políticos del Gobierno de Zapatero dieron su visto bueno para que la policía avisara a los responsables de la red de extorsión económica de ETA de una operación que iba a llevar a su detención. En eso es en lo que se tiene que emplear a fondo el juez Garzón y no en ver conspiraciones universales contra su augusta persona.