Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

Hace poco, tuve la suerte de «repescar» una película de Woody Allen que en su día se me había escapado: Desmontando a Harry . Llenazo en la sala de Caja España. Podía palparse la complicidad de quienes esperamos de este director que nos ponga en contacto con la vida, sea en una comedia o en un drama, géneros con fronteras tenues y a la vez rotundas como la línea que separa un hola de un adiós. Marta me llamó al despacho: «Estoy delante de la sala ¿saco entradas?». Llovía mucho, pero el matrimonio es el arte de interrelacionar milagros, y hacía años que dábamos por imposible verla en cine, que es donde mejor mostramos los respetos a nuestros héroes. Del argumento, demasiado complejo para resumirlo aquí, diré que trata sobre aceptar los defectos, los propios y los ajenos, también acerca de la magia de la creatividad, que permite dar más de lo que tienes, o crees tener. «¿Quién es peor persona que yo?», pregunta el infiel, neurótico y egotista escritor interpretado por Allen a una prostituta. Ella: «Hitler». Él: «Hitler, Goering, Goebbels, pero yo soy el cuarto». Personalmente, de haber sido consultado, lo habría clasificado hacia la mitad de la lista, en algún puesto entre Paris Hilton y Vito Corleone. El guión tiene elementos autobiográficos, incluido un descenso a los infiernos. Allen la emprende a tortas consigo mismo; y ya se sabe, si tu doctor Jeckill y tu mister Hyde llegan a las manos, será a ti a quien le duelan los golpes. Pero el gran humor suele esconder una redentora pirueta final. El desquiciado y desquiciante Harry descubre que no todo está perdido en su vida sentimental y familiar: ya que no los seres reales, sus propios personajes de ficción le organizan un homenaje sorpresa. Al salir del cine, apenas llovía. Chispeaba. ¡Gracias, Woody!

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