Lo que hay entre el bien y el mal

Mar de fondo | carmen tapia

La desesperación infunde valor al cobarde. Este comportamiento es el que debe empujar a los cacos de última generación, que se lanzan a cometer fechorías sin la más mínima planificación y sospecho que ni conciencia de que lo que hacen no es aceptable socialmente. Llaman la atención los errores de bulto, como el caso del último intento de atraco en una joyería de León, en el que el ladrón había dejado días antes su nombre y su móvil para que lo localizasen cuando llegase la correa que había encargado. Pese a todo, no dudó en utilizar un cuchillo para amenazar a sus víctimas. Ayer, en Játiva (Valencia) detuvieron a un hombre de 32 años que se dejó el parachoques trasero y la matrícula de su vehículo en un banco en el que intentó robar tras realizar un alunizaje. Una perfumería coruñesa recibía cada 15 días la visita de una joven que nunca compraba nada pero que conseguía robar siempre el mismo producto. En su última visita, entregó en caja su currículum. Los empleados de la perfumería no se lo entregaron al jefe, sino a la comisaría de policía, junto con una copia de las grabaciones de las cámaras de seguridad.

La línea invisible y a veces resbaladiza de lo que está bien y está mal no es un dogma y salvo el límite en el que comienza la libertad del otro, tiene muchas interpretaciones. La regla básica que debe regir nuestros comportamientos se aprende en una sola frase: haz lo que quieras, pero sin hacer daño a los demás. Sencillo, pero a la vez complicado porque todo comportamiento lleva aparejada una consecuencia. Pero la actividad de estos ladrones denota, bien una carencia absoluta de sentido común, o una dificultad evidente para distinguir entre lo que se puede o no se puede hacer. Si hacemos caso a Platón, el bien es la idea suprema y el mal es la ignorancia. Para ilustrar a los que tienen dificultades, lo mejor es una buena educación para la ciudadanía y mucha dedicación en casa.