Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

El leonés Amancio Ortega ha escalado un puesto en el escalafón de los hombres más ricos del mundo. No sólo lo de Jesús Calleja es alpinismo, aunque no todas las cumbres ofrecen una vista que justifica los sacrificios del ascenso. Antes era la décima fortuna del Planeta, ahora es la novena, además de la cuarta de Europa y la primera nacional. Todo ello, según la revista Forbes, a la que sigo sin estar suscrito. Ortega ha ganado en el 2009 más de 20.000 millones de euros. Ante tales cifras me pierdo, pues cuento con los dedos. Según Getty, si puedes contar tu dinero significa que no eres verdaderamente rico. Lo mismo pasa con el tamaño de las bibliotecas personales; a partir de cierta cantidad de volúmenes, ya no tienes libros sino un cementerio de títulos. ¿Y de qué le vale a Julio Iglesias haberse acostado con más de 2.000 mujeres, según su propio recuento hace más de dos décadas, si ya no es capaz de diferenciar entre las beneficiadas y las no beneficiadas? Paquirrín sólo cambia de novia cada tres días; su estadística es asombrosa pero manejable, y deja mozas para otros. ¿Usted, lector, cuántas noches locas ha tenido con Eva Mendes? Pues yo una o ninguna, como en el chiste. La mayoría nos movemos en escalas humanas. Todo en esta vida ha de tener su justa medida, incluso el dinero. Entiendo la satisfacción de dejarle una fortuna a los hijos, a los nietos, y a los bisnietos, pero más allá, es llevar los parentescos demasiado lejos. Hay que destinar parte sustancial de esa riqueza a hacer el bien en tu propio tiempo. Existe diferencia entre tener dinero, dinerín y dinerete, como los mexicanos distinguen entre ahora, ahorita y ahoritita. Pero sólo el amor te hará ir por la vida con las alforjas repletas de oro. Es el único destello perdurable. Tu alquimia.

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