Las calles de todos
Tribuna | José Manuel DÍez Alonso
Imaginemos el pavimento como la piel de las ciudades. Sólo hace falta pasear o circular en coche por la ciudad de León, para darse cuenta de que esa epidermis urbana es cualquier cosa menos tersa.
En León son moneda común los baches, la mala calidad del asfalto, los registros rotos, los tramos de acera hundidos, los pésimos remates de las calzadas en su unión con los bordillos, los adoquines desaparecidos, los alcorques (esos hoyos para los árboles) vacíos, los pasos de cebra apenas visibles, los pegotes, los remiendos, las losetas de piedra rotas o, literalmente, hechas polvo. Hay zonas que están en mejores condiciones, pero hay barrios como El Egido o San Mamés, con calles en un estado indecente. La pésima ejecución y el nulo mantenimiento de esa obra pública no sucede sólo en los barrios. En Ordoño, que ha tenido que ser reparada varias veces, cuando llueve se resbala con facilidad, y en la calle Ancha, la mismísma Plaza de Regla y el entorno de la Catedral o la Plaza Mayor, es tal el deterioro que no es infrecuente ver palomas abrevando en los charcos, personas que tropiezan, piezas rajadas desde hace años... Ha habido algunos arreglos recientes, como en el tramo de Puerta Obispo, pero son parciales.
En Santa Marina, la plaza del Vizconde, los alrededores del colegio Ponce de León y la calle Pablo Flórez están abandonados. Queremos potenciar el transporte público, pero los aledaños de la estación de Feve ponen los pelos de punta. Escurial, Cuesta Carbajal, Cuesta Castañón, la Plaza de Riaño, la confluencia de Puerta Sol con Caño Badillo y Murias de Paredes, en pleno centro histórico, llevan años tan deterioradas que cualquier camino de cabras se encuentra en mejor estado. Al parecer, está previsto su arreglo, pero en León nunca se sabe, y en todo caso, que lleven años de esa triste guisa no tiene más motivo que la incuria, el desinterés por cuidar el espacio público más básico. Me pregunto por qué, durante tantos años, se ha consentido este estropicio; por qué en muchos lugares los materiales son a todas luces inadecuados, y quién se ha beneficiado de todo ello.
A menudo, el Ayuntamiento de León ha puesto como excusa más socorrida la supuesta crudeza del clima mesetario. Este año, las últimas nevadas. Pero la situación se arrastra desde hace años, y ¿acaso no nieva lo suyo en Valladolid y en Palencia? Sin ir más lejos, ¿en Villaquilambre? ¿Y no llueve en Oviedo, en Gijón, en Santander? En esas ciudades, de nuestro ámbito, tan próximas, (alguna, como Gijón, modélica), podemos caminar con la tranquilidad que se le supone a una ciudad española contemporánea, los desperfectos en el pavimento y en el mobiliario urbano son la excepción y se reparan con rapidez, y los conductores no están pendientes de sortear o de hundir sus coches en baches innumerables. Es decir, lo que debería ser habitual. ¿Ha sido la mala situación económica del Ayuntamiento la culpable? Tampoco es una excusa creíble, puesto que la pavimentación y el saneamiento deben ser prioridad absoluta para cualquier ciudad, por encima de otros gastos, a no ser que los presupuestos se aprueben de cara a la galería.
Dice el sociólogo Manuel Castells que en la modernidad tardía el espacio se puede dividir en espacio de los flujos y espacio de los lugares. Por los flujos circulan el capital, la información, los símbolos y las imágenes, y por sus vericuetos domina el poder político y económico global. Pero la mayoría vivimos en lugares.
Y circulamos por esos lugares, también significados por el antropólogo Marc Augé como espacios de relación, de identidad, de Historia. En ciudades como León, esos lugares son muy valiosos. Nos permiten resistir, como afirma Manuel Escobar, precisamente, los no lugares del anonimato y la despersonalización, y el empuje globalizador del capital. Pero hace falta cuidar el espacio y mantenerlo diariamente en buen estado. Y comenzando por la piel, por esas calles y aceras que transitamos cada día. Por las calles de todos.