La construcción no tiene la culpa
Mar de fondo | carmen tapia
Menos ladrillo y más ordenadores. Esa fue la frase lanzada por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando la crisis empezaba a mostrar la punta del iceberg Nadie escuchó años antes las recomendaciones del Banco Central Europeo sobre la burbuja inmobiliaria. Tras la debacle, el culpable estaba claro: el ladrillo. Pero pese a estar de acuerdo con que hay que buscar nuevos modelos productivos, se ha demonizado a un sector simplificando en la construcción la causa de todos los males. Hay que aclarar conceptos. La construcción genera riqueza social, da trabajo a los arquitectos, a los aparejadores, a los encofradores, a los electricistas, a los ebanistas, a los pintores, a los alicatadores, a los fontaneros, a las tiendas de muebles, al sector del textil... Lo detestable en todo el proceso está en el paso previo a la construcción, la especulación del suelo, la que han practicado, con el beneplácito de juntas vecinales, ayuntamientos y administraciones en general, los promotores o intermediarios, los que, sin generar riqueza a no ser sólo en sus cuentas bancarias, compraban prados a cuatro euros, solicitaban que se recalificaran y los ayuntamientos daban legalidad en las comisiones urbanísticas para triplicar, en el menor de los casos, el precio pagado, amparados por una ley vigente, porque todos sacaban tajada, unos para su bolsillo y otros en recursos para la comunidad. Los políticos, tanto del Gobierno de Aznar como del Gobierno de Zapatero, aceptaron y no hicieron nada por cambiar esa práctica. Consintieron esas reglas del juego de la que ahora reniegan. En esta línea de buscar culpables y balones fuera, aunque en otro terreno, me sorprendió oír en la emisora de los obispos que Zapatero no toma decisiones para reprobar la dictadura en Cuba. Hay que refrescar la memoria de los periodistas olvidadizos históricos: también el papa Juan Pablo II efectuó una visita a Cuba en el año 1998.