Diario de León
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Panorama | antonio papell

La probada capacidad de supervivencia de ETA es el principal argumento disuasorio que, por prudencia, nos impide pronosticar su final a plazo fijo. Sin embargo, no es aventurado afirmar que el asesinato brutal de un policía francés por jóvenes e inexpertos activistas recién incorporados precipitadamente a la banda representa un paso más, seguramente decisivo, hacia la extinción de lo que ya sólo es el residuo purulento y viscoso de un ideal errado que periclitó hace décadas. En realidad, ETA no ha desaparecido todavía pero ha dejado de ser lo que fue durante mucho tiempo: la banda actual, asolada por las infiltraciones y cercada por unos aparatos policiales que muestran una eficacia creciente, que limita la vida útil de sus activistas a un período de tiempo cada vez menor, ha dejado de tener una verdadera significación política. Sus bases, confinadas por el régimen democrático a la marginalidad que merecen, ya no están preocupadas por la decadencia de la banda sino por el autismo del núcleo terrorista dirigente que se resiste a reconocer la derrota y la consiguiente necesidad de abandonar la patética y onerosa huida hacia delante que ya no conduce a parte alguna.

Horas antes del asesinato del gendarme francés, Rubalcaba narraba por enésima vez la fina sintonía establecida entre las policías española y francesa, que explicaba la gran eficacia de las fuerzas de seguridad en su lucha contra ETA en el país vecino. Lo ocurrido reforzará sin duda el asedio policial a los etarras por la sencilla razón de que crecerá el apoyo social francés a esta empresa, que ya no refleja tan solo un problema español. Al haberse convertido ETA en una mafia, tan sólo atenta a su supervivencia física, la amenaza se ha vuelto indiscriminada. En suma, el final policial de ETA, que ha sido un presagio cercano en los últimos tiempos, se ha aproximado bastante más. Ello no obstante, conviene mantener fijos todos los resortes políticos y sociales que han demostrado gran eficacia en la lucha contra ETA. En especial, la ley de Partidos, que Rubalcaba resume en la expresiva opción entre bombas o urnas, y el pacto de hierro PP-PSOE en el Gobierno vasco. El ámbito ultranacionalista vasco, con sus principales líderes en prisión -incluido Otegui-, parece ya bastante convencido de que la firmeza del régimen democrático ante cualquier concesión a la violencia no es reversible. De hecho, ha comenzado un ostensible forcejeo entre el otrora brazo político de ETA y los terroristas que hubiera resultado impensable hace apenas unos años, cuando nadie se atrevía a objetar el imperio de la banda sobre todo el submundo aberzale radical. En todo caso, no puede haber cesión alguna en este terreno: la presión debe proseguir hasta que la desaparición de ETA sea un hecho explícito, bien por su pleno desmantelamiento policial, bien por la entrega voluntaria de las armas. En ese momento, y en cuanto se confirme la irreversibilidad de la claudicación, podía empezar a hablarse de medidas de gracia.

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