Nuestras deudas
El rincón | manuel alcántara
España es un país de acreedores. Hubo un ti empo en el que queríamos ser, más bien querían que fuésemos, «mitad monjes, mitad soldados», dos arduas vocac iones que no atacan por igual a todo el mundo. Ahora hemos rebajado nuestra aspiración y somos todos deudores. Si a alguien le tocan la espalda cuando camina por la calle, es probable que diga antes de volverse para identificar a quien le saluda: -¡Oiga!, que a mí también me deben.
La morosidad de los promotores, que eran los que soñaban despiertos con enriquecerse desvelándonos, ha llegado a los 32.522 millones, lo que representa un 10% de sus créditos. Un error de cálculo sobre el dinero que querían sacarle a los que no lo tenían. Por eso se habla de «préstamos dudosos», que curiosamente son los que no ofrecían la menor duda. Su cuantía se eleva ya a 96.260 millones de euros, mientras el Gobierno se dispone a aprobar por decreto las medidas anticrisis. Que nadie se pregunte cómo hemos llegado a esta situación: haciéndolo muy mal durante mucho tiempo. Es de todos sabido que el dinero únicamente le interesa a los que tienen entre sus proyectos pagar las deudas contraídas. A quienes no piensan pagarlas les trae sin cuidado, salvo que se consideren «deudas de honor», que son las del juego. Si no las ha establecido el naipe, no se consideran honorables, aunque se trate del rescate de Grecia, que ahora está provocando altas tensiones en el eje París-Berlín. ¿Qué pasaría en España si todo el mundo pagara lo que debe? Las cajas se han destemplado y su beneficio cae cerca del un 50%. Hay morosidad en la costa y tierra adentro. Las torres almenaras divisan el horizonte para ver venir los barcos cargados de facturas.