Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

Obama lo ha conseguido: por un estrecho margen de votos la Cámara de Representantes ha aprobado reformar el sistema sanitario, que permitirá acceder a la asistencia médica a 30 millones de estadounidenses que en la actualidad carecen de ella. Mientras, en el porche de su casa, un hombre blanco vacía la décima lata de cerveza, con la mirada extraviada, mascullando maldiciones ininteligibles, y en sus pupilas hay destellos de odio. Junto a la mecedora en la que se balancea, hay una escopeta cargada; de vez en cuando, le gusta disparar al horizonte. Es uno de esos personajes chiflados de Faulkner, pero no lo sabe, porque para él leer libros es cosa de maricas, judíos y comunistas. Digamos que en su código ideológico, Bush fue un pusilánime. No le importa tanto ser uno de los beneficiados potenciales de la futura reforma, como que el presidente negro se haya salido con la suya. Ayer, las serpientes del odio además de por los destartalados porches de madera también debieron de reptar por muchos despachos con moqueta. Y aunque la mordedura de dicho racista anónimo resulta mortal, todavía lo es más la de ciertos grupos de presión, acostumbrados a mover los hilos, en la luz y en la sombra. Pero, junto a eso, o por encima de ello, está la satisfacción de millones de estadounidenses, un país rico en contradicciones, capaz de creer con el mismo énfasis en la individualidad que en el esfuerzo colectivo.

Obama ha calificado dicha luz verde a su proyecto estrella de «victoria para el pueblo americano, victoria del sentido común». Otros hubieran querido lograrlo, pero se rindieron ante las primeras dificultades planteadas, y el tesón es fundamental en el arte de la política. Mientras, en porches y moquetas, las serpientes silban furiosas su blues. Han perdido una batalla.

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