Perfectamente prescindibles
Al día | luis del val
De manera oficial se denominan ONG (Organizaciones No Gubernamentales), pero contradiciendo su denominación, lo primero que hacen, una vez que se han constituido, es tender la mano limosnera al Estado para que les entregue una subvención. No son gubernamentales en el sentido de que quienes las gestionan no tienen un sueldo como funcionarios del Estado, pero la inmensa mayoría de los que trabajan diariamente cobran por ello, tal que si estuvieran en una diputación provincial o en un ministerio.
Las hay de muy diferente pelaje y condición, y, entre ellas, abundan las que reúnen gente que se entrega a ayudar al prójimo, aunque en la mayoría de los casos el prójimo no está nada próximo, sino lejísimos, lo que contribuye a encarecer las ayudas. Nunca he comprendido por qué un pobre de Nepal o de Sudán despierta mayor interés caritativo que un pobre de solemnidad de Barcelona o de Calatayud, pero así son las cosas.
De entre éstas, por muchas razones admirables organizaciones, las hay también las que entrarían dentro del campo de las OPP (Organizaciones Perfectamente Prescindibles), cuya misión tiene unos enunciados que no es que llenen un hueco o vayan a colmar un vacío, sino que su cierre y desaparición sería bastante inadvertido en el cosmos, excepto por la plantilla de los que viven de la organización correspondiente.
En teoría estas organizaciones reciben una subvención proporcional a la importancia social de la tarea que llevan a cabo, pero eso vemos que es en teoría, y esto no debe afirmarse delante de personas recién intervenidas quirúrgicamente, porque se les saltarían los puntos de la risa. Algunas de las más inútiles de estas organizaciones constituyen una sangría de dinero que ni sonroja al munífico, ni inquieta al beneficiario. «Bona nullius».