Diario de León
Publicado por
Pedro Trapiello
León

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Dicen sociólogos y antropólogos que la gallega es, entre las españolas, la más desinhibida; dicho en plata, la que se anda con menos rollos o reparos. No quiere decir esto, ni mucho menos, que la gallega sea una suelta o una fresca; bien al contrario, sabe muy bien con quién quiere o debe ayuntarse y discrimina lo que no interesa con esa sutil astucia zalamera y lastimera con la que esa tierra profunda instruye a sus gentes para sobrevivir en un medio eminentemente rural, rudo, telúrico, caciquil, clerical, pobre... y muy de emigrar desde hace siglos con hoz a las Castillas, con barco de vapor a las Américas o con maleta de cartón y cordel a las Alemanias. Meses o años duraban las ausencias de maridos o hijos en edad de caminar. A mucha mujer gallega le cayó encima pujar por toda la hacienda y reventarse, sobrevivir malamente en tantos casos y aguardar desazonada que volvieran en octubre los maridos segadores con un jornal algo mayor que el último... o que regresaran alguna vez con una fortunilla cubana si su sueño fue aventura americana y venturosa.

Solas ellas. En la aldea. Trajinando todo el día en huertos y crianzas. Pero las ausencias dan libertad al requebrar y al requerir; más, si estuvieran ellas en lozanía, aunque cualquier trato con hombres despierta sospechas, censuras o iras vecinales. Sólo con el señor cura podrá hablar esa mujer o permitirle entrar en su casa («de visita pastoral», fenómeno muy sabido también en la Maragatería arriera donde el párroco era autoridad doméstica y un fino cata-potes a eso del mediodía).

En la ruralidad perdida, en la España profunda, la sexualidad fue de siempre más permisiva y menos hipócrita o reprimida que en pueblones y ciudades. Además, pintan calvas las ocasiones: hay donde esconderse o disimular, mozos y mozas comparten semanas de vecera con el ganado en la braña, los pajares hacen a veces de alcoba, hay filandones que prohibe el obispo con pena de excomunión.. y hay pueblos perdidos donde el párroco no ve a su prelado en veinte años. En aldeas y andurriales la autoridad religiosa no fue tan severa con el meneo y el regodeo. Tampoco era improbable que entre los críos del pueblo hubiera alguno que no llamara padre al cura, sino tío.

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