Letreros
El rincón | manuel alcántara
Gracias al láser, que barre España metro a metro, tenemos el mapa topográfico más preciso que hayan podido imaginar los cartógrafos. En el Instituto Geográfico Nacional cua lquier empleado es como aquel personaje de Borges, chino por más señas, al que encargaron un mapa del Imperio y, como era tan minucioso, cuando terminó de hacerlo el mapa tenía el mismo tamaño del Imperio. El prodigioso avance científico, que permitirá detectar zonas inundables antes de que nos llegue el agua al cuello y calcular cuánta madera almacenan los bosques antes que los árboles nos impidan verlo, deberíamos aplicarlo a las ciudades. ¿Cuántos letreros hay en cada calle? Los paseantes en corte se han convertido en lectores. Antes se tenían que conformar con los que le prohibían hacer algo: hablar con el conductor, escupir en el suelo o blasfemar sin causa justificada. Incluso había carteles en los que se prohibía fijar carteles. Las ciudades tenían algo de biblioteca sintética donde se podía aprender, sin necesidad de leer a Tácito o a Azorín, que «nos será tenida en cuenta toda palabra ociosa». Actualmente es distinto, ya que está mal visto prohibir. Sería curioso que gracias al láser p udiéramos conocer el número exacto de las cosas que se nos ofrecen a cada paso que damos por la acera. El letrero más repetido es -˜Se vende-™. También el que continúa durante más tiempo asomado al balcón, lo que prueba que no se compra. En España se da la imposible circunstancia de que hay más pisos vacíos que ventanas. El otro cartel más repetido, si bien nunca se exhibe en el extrarradio, es el que asegura que «se compra oro». Ya se sabe que con oro nada hay que falle, pero hay que tener mucho dinero para hacerse de oro. Los mercaderes de ese metal viven mejores momentos que los que construyen pisos. Ellos compran y los otros no venden.