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León

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El rincón | rafael torres

S i alguien no sabía que Franco lo dejó todo, en efecto, atado y bien atado, y que la famosa Transición no fue sino una operación de supervivencia de su régimen, que a cambio de que jamás se recordaran sus crímenes concedía una democracia limitada y constreñida por la forma de Estado que el propio sátrapa había designado, ya lo sabe: sólo por nombrar judicialmente aquellos crímenes, a un juez, a uno de los pocos que el pueblo español reconoce como diligente, valeroso y afecto a los intereses generales de la Nación, se lo quieren quitar de enmedio ominosamente. ¿Quienes? los epígonos del franquismo, como es lógico.

Sentando al juez Baltasar Garzón en el banquillo, desacreditándole, arruinando su carrera y apartándole de la Audiencia Nacional por haber osado pretender que la Justicia lo fuera verderamente al llamar al franquismo por su nombre, cree ese franquismo irredento, intacto, demócrata de toda la vida cuando le convino, dueño de todo, que consigue el objetivo que le asegura, como mínimo, otros setenta años de preeminencia y, en consecuencia, de tiranía. Todos a una, es decir, todas las familias del Régimen, toda esa España que nunca fue desnazificada sino antes al contrario, se han agavillado contra ese juez que representa, y es de los poquísimos que lo representa, el sentimiento democrático de la mayoría, y digo bien: sentimiento. La Justicia se ha perdido en un jardín que no es realmente un jardín, sino un laberinto. La Falange Española, Manos Limpias y los corruptos del caso Gürtel están encantados de la vida, y eso, sólo eso, ya sería suficiente para apagar e irse. Pero, ¿quién habría de irse? La gente de bien, no creo; es mucha.