Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

Me pregunto si el Papa se siente alguna vez solo. No me refiero a la llamada «soledad del mando», propia de césares, ciudadanos kane y generales en su laberinto, sino a otra mucho más espiritual, consecuencia del peso de la misión encomendada. De ser así, de existir también una forma de soledad consustancial al rango de Sumo Pontífice, estoy convencido de que en una persona de su preparación teológica ha de durar apenas un segundo; aunque no siempre la fugacidad de un sentimiento es proporcional al dolor que provoca; a veces, en un segundo caben siglos. Los católicos estamos al lado de Benedicto XVI en la prueba a la que se enfrenta. Los escándalos de pederastia protagonizados por sacerdotes, que van más allá de la patología sexual para caer directamente en la monstruosidad, están siendo utilizados contra la Iglesia en su conjunto. Sin quitarle ápice de gravedad a los hechos, parece indudable que se ha puesto en marcha una maquinaria de maledicencias, en la que unas actuaciones aisladas -”pero gravísimas-” se están aprovechando para golpear la honorabilidad del Vaticano, así como de quien lo representa, al acusársele de haber encubierto en su día al autor de algunas de estas atrocidades. Días tristes para las víctimas de los abusos, para el Vicario de Cristo y para todos los creyentes. Según el secretario de Estado de la Santa Sede, «un anticristianismo radical y demencial se está extendiendo por Europa de una forma rastrera». Existe un mal que debe ser reparado, pero no a todas las voces que claman justicia les mueve una misma intención. Por ello, me pregunto si hay un segundo al día en el que también Ratzinger se siente solo. Sí, porque es humano, concluyo. Pero sospecho que al Papa ese efímero segundo, en el que caben infinitos, nunca lo derrota.

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