Mártires aprovechables
El rincón | manuel alcántara
Al disidente cubano Guillermo Fariñas sólo le quedan el pellejo y los ojos. Ha decidido morir de hambre, no de penuria y de asfixia, como otros compatriotas, y está dispuesto a salirse con la suya, ya que en su hermosa isla no hay otra salida. ¿A quién se le ocurre ser disidente en el hermanado régimen de Fidel Castro? La esperanza, como los yogures, tiene fecha de caducidad. Sacrificar a tres generaciones en nombre de la hipotética felicidad de la que venga después, si se tiene en cuenta la fugacidad de nuestro tránsito, no es cosa que se le pueda pedir a nadie. ¿Cómo convencer a alguien que nunca ha probado un helado de vainilla que tampoco puede tomar un cucuruchito de maní? El inicuo cerco yanqui al que se vio sometida la tierra más alegre del mundo está empezando a generar mártires. Se dice que para ser un buen mártir, que significa testigo, lo primero que hace falta es un alto grado de decisión. Sin duda es cierto, pero lo segundo es que haya libertad de prensa. La fama de Guillermo Fariñas sólo se ha extendido fuera. Allí está prohibido hablar, no digamos escribir, de este esqueleto viviente. Decía Bernard Shaw que el martirio es el único camino por el cual un hombre puede llegar a ser famoso sin desplegar ninguna habilidad. No sé qué habrá hecho Fariñas antes de ser conocido, pero sé lo que se negó a hacer: aplaudir incondicionalmente el sistema político que le tocó. Y ya que no podía escoger esa manera de vivir ha escogido su muerte.
Todo es confusión. No se diferencia el suicidio lento de la rápida determinación ocasionada por un disgusto o por una contrariedad. Incluso hay quien confunde la perestroika con Pérez Rubalcaba y aun presunto mártir, como el señor Camps, con la beata española madre Bonifacia Rodríguez que acaba de ser canonizada por el Papa, en sus pocos ratos libres.