Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

Y si no mucho, bastante. El suficiente para tratarles a distancia y observar que, salvo en sus gustos y costumbres, se parecen mucho a las personas que se dan en eso que se llama «el círculo de nuestras amistades», que si bien no es un círculo vicioso, tampoco aspira a la santidad. Me refiero a los emigrantes. Vinieron a nuestro hospitalario país para ganarse el pan, sabiendo que iban a renunciar al aperitivo. Lo comido por lo servido. Pero era necesario que sobrara algo para enviárselo a la familia que se quedó en sus lugares de origen, donde los disputados euros cunden mucho. Cuando nosotros fuimos emigrantes, en Alemania o en Bélgica, renunciar a una cerveza o a una coca cola, en el cambio geográfico de moneda, equivalía a varios panes catetos o a varios litros de aceite vernáculo, de ese que derramaba, entre otras gracias, nuestra madre en la planicie de los platos de posguerra.

Hemos tenido el placer de conocer a los emigrantes. Esa muchacha morenita ecuatoriana, hecha de apretada miel y sonrisa, o ese magrebí que vino para trabajar en el cultivo de la fresa o del clavel, bajo un cielo de plástico, como si fuera un regalo. Ahora que las cosas nos van mal, por nuestra mala cabeza y por nuestra poca vergüenza, vamos a despedir a muchos, sin agradecerles los servicios prestados. El PSOE y el PP negocian restringirles el voto, sólo podrán opinar para el Senado, con ese, no para la cena, ni para el almuerzo. Vuelve la figura del meteco, que en la antigua Grecia, que es la única que nos importa, era el ciudadano extranjero que no gozaba de los derechos de ciudadanía. Ustedes vinieron a trabajar, les decimos. Váyanse y no perturben, que ya les hemos explotado bastante.

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