Diario de León

Nocivos hábitos silenciosos: electromagnetismos

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Tribuna | Mª Dolores Rojo López

En la actualidad, todos, de un modo u otro, estamos preocupados por la forma más saludable de vivir. Una alimentación sana, ejercicio discreto y efectivo, cuidados externos que van desde el pelo al calzado, pasando por una dentadura inmaculada y sobre todo prácticas, cada vez más frecuentes, de relajación que nos ayuden a sobrellevar el complicado día a día que vivimos. Hemos aprendido que vivir más equivale a cuidarse mejor y en este intento nos empeñamos en recolocar nuestros hábitos de forma que superen el umbral de lo suficiente en relación con la calidad saludable.

Sin embargo, a pesar de esta preocupación asumida por la mayoría e integrada en los quehaceres diarios, como parte de las rutinas vitales, no nos ocupamos de descubrir qué usos nefastos están acompañándonos cada vez que usamos el móvil, dormimos viendo la televisión o nos rodeamos de cables y aparatos eléctricos en el baño, la cocina, el dormitorio o el salón. Porque, efectivamente, hoy en día ninguna parte de la casa o incluso de la propia ciudad se salva de las ondas electromagnéticas. Lo que sucede con los aparatos eléctricos pasa, en modo parecido, con los alimentos que consumimos. No sólo nos afectan las ondas externas, sino que también perturba nuestro organismo los alimentos manipulados genéticamente. Pero este tema merece por su amplitud e importancia un capítulo aparte.

Mariano Bueno, pionero de la geobiología en España y autor, desde hace 25 años, de clásicos como Vivir en casa sana, El gran libro de la casa sana o El huerto familiar ecológico (www. casasana. info) y fundador de la Asociación de Estudios Geobiológicos GEA (www. gea-es. org), asegura que la influencia de las radiaciones terrestres naturales (procedentes de venas subterráneas de agua, fallas geológicas, grietas, subsuelos graníticos-¦)y las artificiales ( tuberías, tendidos eléctricos, antenas, móviles, microondas ...) afectan al organismo y a sus ritmos regenerativos sobre todo en niños, ancianos o personas hipersensibles. Lo explica aludiendo al intercambio de cargas eléctricas que realizan las células,.  El flujo de electrones hace que nuestro cuerpo tenga magnetismo al igual que el planeta Tierra, que es un gran electroimán. Sobre todo y a nivel práctico, esta influencia se hace evidente a la hora del descanso. ¿Cómo logramos conciliar el sueño? ¿Es nuestro descanso reparador o nos levantamos casi tan cansados como al acostamos? ¿Nuestro sueño se interrumpe a lo largo de la noche? ¿somos capaces de dormir inmediatamente pero de despertar de igual manera al poco tiempo?.

Todas estas preguntas tal vez tengan respuesta si analizamos los hábitos que conviven con nosotros y las costumbres a las que como sujetos, incapaces de prescindir ya de las pequeñas tecnologías personales, realizamos cada noche y a lo largo del día. Dormir con el cuerpo alineado con el magnetismo terrestre favorece el descanso. Aquellos que duermen con la cabeza orientada hacia el norte y los pies hacia el sur se hallan en la posición más relajante y natural, favoreciendo un descanso pleno. De igual manera, Bueno nos indica que dormir con la cabeza hacia el este favorece un despertar revitalizado pero hacerlo con ella hacia el sur asegura un despertar tenso y nervioso. El oeste, debilita, desvitaliza y deprime. Lo saludable sería, por tanto, situar la cabecera entre el norte y el este. Las células son como pequeñas brújulas y se repolarizan y reparan o se desorientan y destruyen sus ritmos vitales con diferentes factores, entre ellos el influjo de la luz. La oscuridad activa la melatonina, hormona que interviene en la reparación celular, en el ritmo circadiano y en la regulación de las distintas funciones del cuerpo. Los niveles de melatonina en el cuerpo son más altos antes de acostarnos. Esta hormona producida en el cerebro (en la glándula pineal) es sensible a lo largo del día a la iluminación ambiental. Posee propiedades antioxidantes y de sus niveles dependen los trastornos del sueño. Por otra parte, temperatura alta, ruidos y campos electromagnéticos (naturales o artificiales) inhiben la producción de melatonina, lo que deberíamos tener en cuenta, igualmente. Cualquier radiación electromagnética intensa altera la glándula pineal dejando de segregar melatonina o haciéndolo en menores niveles. Y eso, noche tras noche, impide a las células repararse debidamente pudiendo aparecer los cotidianos dolores de cabeza, dolencias articulares, disfunciones orgánicas o depresión del sistema inmunitario... A largo plazo, puede derivar en patologías neurodegenerativas, leucemias o tumores que podrían tener una relación con los ritmos de segregación de esta hormona. Posiblemente, sea el momento de revisar el espacio que nos acoge cada noche y evitar, en lo posible, la cercanía a torres de alta tensión, transformadores, cables eléctricos, electrodomésticos conectados a la red eléctrica, radiaciones de alta frecuencia, telefonía móvil, ordenadores y redes inalámbricas y todo aquello que vaya a dormir junto a nosotros alterando silenciosamente nuestro descanso. Hemos de evitar cables eléctricos y alejarlos lo máximo posible de nuestra cabeza. Y ni que decir tiene importancia de la existencia de una televisión al pie de nuestra cama. Un televisor de tubo catódico emite una radiación que, según los expertos, puede llegar hasta cuatro metros, sobre todo hacia atrás, atravesando incluso los muros. Lo que nos alerta sobre qué puede haber detrás de la pared del cabecero de nuestra cama, en casa del vecino. Otro objeto inseparable ya para nosotros es el teléfono móvil. Deberíamos también sacarlo del dormitorio o, al menos, alejarlo de la mesita que tenemos al lado de la cabeza.

Nuestros hogares son nidos permanentes de contaminación electromagnética y química que debemos recolocar. Podemos comenzar por evitar, en lo posible, contaminaciones silenciosas que alteran sin darnos cuenta nuestros ritmos orgánicos y de las que solamente comenzamos a ser conscientes cuando comprobamos nuestra irritabilidad diurna o nuestra incapacidad para descansar durante la noche. No podemos renunciar a la tecnología tan integrada en nuestra vida ya pero sí debemos preocuparnos por situarnos con distancia de lo que nos intoxica para vivir con aquello que nos instale, de nuevo, en los ritmos naturales de la biología que nos define.

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