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León

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De siste en siete | rafael monje

La atenc ión social y los distintos programas de educación y protección de la infancia que tutela la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades no por ser menos conocidos deben sustraerse a nuestro interés colectivo. Los datos presentados la pasada semana por el consejero César Antón no dejan lugar a dudas: casi 1.800 niños y jóvenes han dado sentido y vida a lo largo del 2009 a las políticas sociales emprendidas en este apartado por una consejería que lleva grabados en su propio nombre los objetivos marcados: promover la igualdad de oportunidades entre todos los ciudadanos de la comunidad y favorecer los valores de solidaridad, de ayuda mutua y de apoyo que implica el propio término de familia. Detrás de esas cifras hay, evidentemente, personas. La mayoría, víctima de unas circunstancias ajenas a su voluntad , pero que han moldeado una infancia difícil e incómoda y una adolescencia compleja, trufada generalmente por la desmotivación, la incomprensión y el desasosiego. Dentro de las actuaciones de protección existen diferentes programas como los acogimientos familiares o los planes de adopción nacional e internacional, pero también otros que bien podríamos situar en el lado más extremo de la atención social como son los dispositivos de atención y reinserción de menores infractores y cuya finalidad inicial es dar cumplimiento a las medidas impuestas por los Juzgados de Menores. Y digo finalidad inicial, porque una visita al Centro Regional de Menores Zambrana, una de las instalaciones de referencia en España desde hace décadas y que depende de la Junta desde 1983, revela con facilidad a quien recorre sus espacios otras finalidades quizá más importantes: la sociabilidad, el arrepentimiento, la convivencia y, por encima de todo, el anhelo de una libertad perdida. El centro, ubicado en la capital vallisoletana, ha atendido durante el año 2009 a 234 chichos y chicas, pero ahora en concreto viven 64. El Centro de Menores Zambrana, desde el desconocimiento es un reformatorio, pero desde el conocimiento se convierte en un centro en el que ningún detalle está expuesto a la casualidad y mucho menos los que se refieren directamente a sus jóvenes moradores. Se transforma ante nuestros ojos en un edificio multidisciplinar en el que se respiran situaciones y entornos familiares muy difíciles que han sido para muchos de estos jóvenes la mecha que ha encendido la rabia incontenida y el desorden, pero también se revela como un espacio para la ruptura y el deseo de cambio, en el que el robo, las agresiones y el daño al prójimo sean vistos como la forma más abyecta para el crecimiento personal y la vida en común.

Que esos chicos y chicas hagan de sus proyectos de vida un punto y aparte definitivo con esas conductas es un objetivo claro del Zambrana, un centro en el que no se permiten generaciones ni-ni, porque los talleres, el aprendizaje y las obligaciones forman parte de ese camino hacia el cambio, y en el que tampoco hay sitio -”si me permiten la licencia-” para las generaciones in-in, o sea, las que se rigen por la in-sociabilidad, la in-transigencia y la in-credulidad. Para esos jóvenes, que son también nuestros jóvenes, lo que sí hay sitio es para un futuro diferente y la esperanza. Y nosotros debemos procurar ayudarles, nunca olvidarles y arrinconarles.

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