¿Con qué Semana Santa nos quedamos?
Tribuna | julio de prado reyero
TERMINADO ya el período de Semana Santa y especialmente el llamado Triduo Pascual, que concentra la mayoría de las celebraciones religiosas de nuestra redención, parece muy oportuno y hasta necesario hasta una revisión crítica y sería ahora cuando ya hemos llegado a su culmen, que es el Domingo de Pascua de Resurrección, Solemnidad de Solemnid ades» y no diferirlo «de Pascuas a Ramos», que en realidad equivaldría «para siempre jamás». Por lo contrario ¿por qué de algún tiempo a esta parte se consideran necesarias muchas horas de preparación de la Semana Santa y no se revisa y estudia serenamente lo que debe y lo que no debe ser la Semana Santa? En la práctica hoy nadie entre nosotros puede evadirse de éste u otros fenómenos religiosos, que a todos nos afectan de alguna manera ya que nos ha tocado vivir en unos tiempos en que coexisten libertad religiosa bien o mal entendida, ateísmo, irreligiosidad, agnosticismo o indiferencia religiosa por haberse olvidado advertencias tan sabias como ésta del profesor Tierno Galván: «El agnosticismo se despreocupa de la existencia de Dios porqué no admite la posibilidad de verificarla». Y tratándose de la laicidad, que intenta dar a cada uno lo suyo por recambiarla por el laicismo excluyente o agresivo, olvidando y conculcando los contenidos de nuestra Constitución. Por otra parte son ya muy antiguos los precedentes en nuestra tierra que nos hablan del arraigo y estima de la Semana Santa en nuestra tierra; pues ya en el siglo IV la monja gallega o berciana Egeria en el siglo IV tuvo la oportunidad de vivir la Semana Santa en la Tierra de Jesús con sus procesiones y actos penitenciales así como ocurrió con el monje de San Marcelo de León y luego canónigo de San Isidoro Santo Martino, peregrino igualmente durante dos años en Tierra Santa corriendo mil aventuras y trayéndonos también en la Edad Media noticias muy interesantes. El Antifonario Mozárabe de la Catedral de León nos ofrece asimismo formularios litúrgicos y viñetas preciosas con el acompañamiento de una música aún no descifrada, que datan de la Edad Media cuando teníamos solamente el conocimiento de la imagen del Señor en dibujo, pintura y escultura con aire majestuoso o mayestático o de la Madre Sedente o Reina, que a medida que avanza el medioevo ambas imágenes van humanizándose apareciendo el Cristo Crucificado y la Madre Dolorosa, cuyo mejor exponente para nosotros es la imagen de la Virgen del Camino, que a través de una inscripción con caracteres neogóticos nos transmite este mensaje de dolor, recogiendo las palabras de Jeremías «Oh vosotros los que pasais por el camino mirad y ved si hay dolor como mi dolor». Por otra parte llegan los retablos con el arte de sus imágenes, conocidos como la Biblia del pueblo y nunca en el de la Capilla del Altar Mayor falta en la parte central superior el grupo escultórico de la escena del Calvario con el Crucificado, la Virgen María y San Juan, y que desaparecidas las Cofradías gremiales o profesionales dan paso a las Penitenciales que se encargan de procesionar sus imágenes o «pasos» naciendo así nuestras procesiones de Semana Santa, pocas en número y circunscritas en nuestra ciudad al convento de Santo Domingo y las parroquias del Mercado donde se venera la imagen de la Antigua Virgen del Camino y a la de San Martín, prodigándose recientemente de suerte que ya apenas existe parroquia sin Cofradía Penitencial como ocurría también en las villas más importantes como eran Mansilla de las Mulas, Valderas, Sahagún, Almanza, Villamañán, etcétera...
Por otra parte el pueblo llano tiene también otras dificultades para participar en la liturgia como es el latín, idioma de cultos, y que apenas tiene otras escenificaciones en la Semana Santa que el Canto de la Pasión, los Lamentos o Trenos del Viernes Santo, el fragor o toque de carracas y matracas en el Canto de Tinieblas y bien poco más, por lo que por su cuenta añade otros como sermones altisonantes, Siete Palabras, teatro popular como la Pasión compuesta por algún clérigo culto; lo que le hace escribir a Calderón de la Barca «más de ciento en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro» para llegar, como se estilaba en nuestra tierra cada Cuaresma a la mayoría de los pueblos este teatro popular o comedias: pero también hay que admitir que se infiltran costumbres menos ortodoxas como la de «matar judíos» por aquello de ser culpables de la muerte de Cristo, las «chapas» en recuerdo de las 30 monedas con que Judas vendió a Cristo, colgar al Judas culpable de «alta traición», la Hoguera de Sábado Santo, etcétera. Lo del Entierro de Genarín se introduce por mimetismo y estoy seguro, dado mi conocimiento de sus promotores que no intentaron darle este realce «pesudorreligioso» sino quedarse en lo meramente burlesco.
En realidad la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II expresa muy bien el verdadero sentido de la Semana Santa como vehículo «por el que se ejerce la obra de nuestra redención» especialmente a través de la Eucaristía Penitencia y restantes sacramentos, prestando también una gran ayuda y apoyo la Piedad Popular «ya que la Liturgia no abarca ni agota toda la vida espiritual»; pero a la hora de hacer reformas se nos advierte tener en cuenta la tradición y la metnalidad de los pueblos; por lo que se da este aviso a navegantes (sacerdotes y laicos): formación y fidelidad a las normas de la iglesia como dijera Juan XXIII «Madre y Maestra». En consecuencia y puesto que Cristo Hombre en expresión de Unamuno lo mismo que cada uno de nosotros los mortales «no sólo es tierra de tierra». Por lo que en la Pascua recordamos y celebramos que «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando nos restauró la vida».