El club de los gürtelianos
A esgaya | emilio gancedo
De tanto en tanto, a esa enorme y mal aunida familia político-empresario-banqueril que dirige con mano enguantada este pedazo de tierra llamado España sufre una pequeña fuga de gas. Se descuida con un par de pruebas, abandona unos pocos hilos sueltos. Olvida ponerse el látex y deja huellas en el revólver humeante. O se ve soliviantada por una ventosidad súbita en medio de la gran fiesta encorbatada y con el consiguiente ridículo, dejando claro que debajo de todas esas sedas y afeites, collares y colonias, reverencias y relojes de a millón, lo que en realidad se oculta es un sistema digestivo ávido e irritable, a cada instante estremecido por regurgitaciones estomacales, fétidos efluvios y otras evidencias de insana voracidad.
Cíclicamente deflagra en España un caso de corrupción extrema como éste que ahora aparece bajo la luz pública. Poco importa a qué partido o partidos pertenezcan los supuestos infractores. Son sólo figuras, orejas, trajes o bigotes concretos emergiendo de entre la inmensa marea de trapicheos cuyas olas, golpes y bandazos mueven el país entero. Bajo la punta de ese iceberg sucio y vergonzante navega la normalidad absoluta: así funcionan las cosas. Tú me ayudas con lo mío, yo te lo compensaré con creces, mientras por en medio circulan a velocidad de vértigo y al mejor postor influencias, encargos, regalos y dinero, mucho dinero. ¿La ley? Se bordea, se salta o se burla.
Estos bulímicos del poder olvidaron hace tiempo el verdadero origen de sus desvelos, instalados ya en un ciego torbellino de barcos de lujo, contratos millonarios, niveles de vida prohibitivos y fiestas orgiásticas; así viven, así son los gürtelianos de toda época y lugar. Con sus caras abotargadas y grotescas. Sus insultantes cochazos, palacios y abrigos. Su infame alegría a la hora de juguetear con empresas de las que quizá depende el futuro de muchas familias. Abran todos los ojos. Éste es el sistema triunfal que hemos creado.