Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

La última vez que vi a Guillermo Luca de Tena, que por cierto coincide con la última vez que él me vio a mí, fue en Sevilla. Seguía teniendo algo de James Stewart de la calle Serrano y un invulnerable encanto personal. Llevaba bastón y seguía llevando sonrisa. Siempre me recordaba que habíamos nacido en el mismo año y nos separaban en los calendarios, más o menos, tres cuartos de hora. Tenía eso que se llama una memoria feliz, en el supuesto de que la memoria sea compatible con la felicidad. Yo, que fui algo precoz en relaciones amistosas que valían la pena, le recordé mis comidas con Juan Ignacio, el Patrón, como le llamábamos todos, y con su hermano Torcuato. Total, que quedamos en vernos en Madrid, sin falta.

De pronto falta él y ya no será posible el encuentro. No hay que aplazar las citas. Hay que verse urgentemente con las personas que queremos, ya que para luego puede ser tarde o puede ser nunca. Aquí te pillo y aquí te mato, antes de que la vida nos mate a alguno de los dos. Tenía Guillermo un señorío natural hereditario y también acrecentado por algo que le pertenecía sólo a él. No sé. Nadie puede describir con exactitud en qué consiste eso que llaman encanto personal. Quizá estribe en esa extraña cualidad que poseen algunas personas para que les digan que sí ante cualquier propuesta. Incluso antes de haber formulado ninguna petición concreta. Creyó siempre el excelentísimo señor don Guillermo Luca de Tena y Brunet, marqués del valle de Tena y Grande de España, quiero decir mi amigo Guillermo, que el Abc no era sólo un periódico, sino un emblema, un ejemplo de liberalismo y de conducta. En fin, cuando vaya a Madrid, lo primero que haré será llamar a Catalina. No me vaya a pasar lo mismo que con su padre. Bastantes encuentros tengo aplazados.

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