Miedo
Historias del reino margarita torres
Esta misma semana, Rosa, de 80 años, ha sido agredida por tres encapuchados para robarle cuatro perras y la confianza en el género inhumano. Sabían que estaba indefensa en su soledad, que era la única vecina de un pueblo de ocho casas, que cortándole el teléfono y rompiendo el medallón de teleasistencia, a cambio de salvar su vida, les entregaría sus ahorros. La golpearon, maniataron, amordazaron, la dejaron tirada mientras se daban a la fuga en un todoterreno. Un modus operandi que se asemeja demasiado a la serie de atracos sufridos por ancianos en la cercana Orense durante los últimos años. Mismos objetivos, semejantes métodos, exacto número de aguerridos bravucones. Pero al menos la dejaron viva, justificará alguno. Igual que hicieron los piadosos menores de edad que intentaron quemar viva a una anciana impedida en La Mariña. Qué logro, chavalotes, que historia para grabar en el móvil y colgar de youtube, mientras ponéis cara de no romper un plato a la policía represora y fascista que os trinca en el ejercicio de vuestra libertad ciudadana.
Represora y fascista, sí, que se lo pregunten a la pobre asesina de Seseña. Toda una incomprendida, una ejemplar rapaza que jugaba en internet a soñar escenas de muerte, parca, guadaña mientras rellenaba formularios de logros tan elevados que, entre ellos, se marcaba con asterisco si habías probado la experiencia de matar.
Que le cuenten a los padres de la muerta tanta papanatería en verso, a los de Marta del Castillo, al hijo de una mujer de 73 años de Pinoso, Alicante, a la que, delante de su marido impedido, violó y mató a cuchilladas un aguerrido chavalón de 19 veranos; o a la familia de los dos hermanos ancianos de San Juan de la Arena (Soto del Barco), a los que asesinó un muchacho de 17 primaveras allá por 2004 y al que le ofrecieron el régimen semiabierto en 2008. Un pobre pipolín al que sólo le obligaban a regresar a dormir para mejor reinsertarlo en la sociedad. Angelico de Dios, no se vaya a traumatizar si le llamamos malo, malote, que igual le causamos un daño moral irreversible.
Y es que en país nuestro nos la cogemos con papel de fumar en esto de los menores asesinos, de tan finolis que nos hemos vuelto, tan puristas que hacemos encaje de bolillos con las bestias y cogotazo con las víctimas y sus familiares, que suponemos borreguil bondad hasta en el carnicero en serie. La culpa no es de la justicia, sino del sistema, de nuestras inseguridades de democracia joven, de la sordera de los políticos a las demandas de cambio de la sociedad. Molesta que más de un millón de firmas recogidas por toda la nación queden en mojado papel por la desidia de los que nos gobiernan, sean del signo que sean. Que baste la foto para llenar con un titular un supuesto compromiso, que las promesas se conviertan en polvo en el viento.
Algo huele a podrido en la corte de España, algo necesita una reforma, empezando por los algodones educativos que convierten a nuestros hijos en seres que se preguntan, entre imágenes de sangre, miembros amputados y ángeles del infierno, qué se siente al matar. Si nos hemos equivocado, llega el momento de afrontar nuestros errores.