Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

A veces, un pequeño acto en una pequeña ciudad emite los destellos de un diamante de grandes proporciones. Así ocurrió este lunes en el Instituto Leonés de Cultura, con el homenaje a Guzmán Álvarez, el babiano que ocupó una cátedra en la Universidad de Utrecht, tras haber estado preso en San Marcos. Sus hijos, con el Club Xeitu y la colaboración de su primo Manolo Sierra, crearon algo cuyo resplandor ya nunca se apagará. A Miguel Cordero le correspondió leer el manifiesto de respaldo, con motivo de los cien años del nacimiento del ilustre profesor. La biografía de los padres siempre es un puzzle sin una pieza, y corresponde a los descendientes salir a buscarla, como si de un santo grial se tratase. Los de Guzmán Álvarez se preguntaban por qué su progenitor nunca quiso hablarles de aquellos años de sufrimiento. El rastro a seguir era una carta que él escribió a su propio padre, 50 después de que éste hubiese muerto, y que mantuvo oculta; pero el contenido de la misma no era la pieza del puzzle que faltaba, sino la gran pregunta que se fragmenta en cientos de ellas. La Historia con mayúsculas nunca basta para explicar la historia de un hombre bueno.

Los hijos de Guzmán Álvarez nos dieron -“quizá sin saberlo- las claves. Bellas fueron las palabras de Isabel. Bellas las baladas cantadas por Mateo, especialmente su versión de «I shall be realased» (en Holanda llevaron a su padre, ya septuagenario, a un concierto de Dylan). Y de conmovedora belleza ética y épica el documental, «Cuéntame papa», dirigido por Ricardo. Las heridas invisibles le llevaron a silenciar a los suyos una parte trágica de su pasado. Asumió ser un puzzle sin una pieza. ¿Y qué otro motivo pudo tener para ello si no el amor? Ese amor que no puede ser reducido a Historia, porque la trasciende.

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