Diario de León

José María Javierre, comunicador de espiritualidad

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Tribuna | JESÚS LÓPEZ MEDEL

jurista. académico

A José María Javierre, sacerdote, universitario, escritor, periodista, intelectual, escritor religioso, aragonés de la tierra de Joaquín Costa, le conocí hace unos 40 años. Una friolera. Apenas salido de sus estudios sacerdotales y pontificios. Los finales del doctorado en Teología, en Roma. Ciudad Eterna a la que conocería paso a paso, desde el gran observatorio del Colegio Español. Nacido en el pueblecito oscense de Lanaja, había sido testigo de la suerte en acción de guerra de sus padre, Guardia Civil. Sólo algunos lo supimos. Puesto que José María Javierre había hecho de la reconciliación -”como su hermano coronel Antonio María-” y de la libertad, y de la paz, un lema para su vida.

Había colaborado y animado nuestros primeros pasos literarios, con su aliento a la Tertulia Literaria del Colegio Mayor Cerbuna, de Zaragoza, por la que pasaría, entre otros, don Eugenio D-™Ors. Con el que habría de «discutir» en los cursos de verano de la Santander, Nos facilitó el conocimiento de Lamberto Echevarría, otro sacerdote, director de «Incunable». Su estilo, su sonrisa permanente, su animosidad le hacían sugerente y atractivo a la juventud de los años 50. De una manera especial cuando en la Residencia de los Operarios Diocesanos, de la calle de Vallehermoso, de Madrid, promovió unos retiros sabáticos, a primera hora de la mañana, con profesionales de muy diferente signo y sexo: Lili Alvarez, Elisa Maseda, la -”luego-” reina Fabiola, entre ellas, Jaime Montero, Enrique Miret Magdalena -”fallecido también en el año 2009, cual «teólogo heterodoxo», y director entonces de los cuadernos de «espiritualidad seglar», Valero Bermejo, Sanz Jarque, Jesús Cobeta, entre otros.

Era una preparación espiritual, que nos dejaba huella, y sobre todo entonces. Y que se prolongaba en la amistad. Y supo hacer escuela, incluso entre los sacerdotes operarios que, en sus ausencias, le suplían. «Un volcán de ideas», le llamaría una vecina, en los meses que estuvo de coadjutor en su pueblo de Linaja, apenas cantada misa en 1947. Los universitarios sacerdotes y obispos, que pasamos por el Colegio Español en Munich, para preparar nuestros estudios académicos, encontramos la acogida de quien, intelectual y pastoralmente, sabíamos de su entrega personal y ayuda. (Aunque fuese para acompañar a algún obispo en los paseos nocturnos en la gran capital bávara).

Había una proyección de humanidad. No olvidaba -”por ejemplo-”, preguntar por nuestro hijo mayor enfermo. Nos abrió las puertas de la editorial «Remanso», de Barcelona, en la que publicaríamos dos de mis primeras obras. Incluso prologaría la de «La Universidad por dentro» . Le costó cuatro redacciones. No quiso fuera una entradilla de cortesía, sino un reto o desafío para el autor y los lectores, a la vista de los grandes problemas que él entrevia para la juventud y la universidad en 1959: «He sufrido una realidad (universitaria) en muchos aspectos lamentable... pero he gozado del privilegio de tropezar entre la basura, con el milagro de profesores y estudiantes, de los cuales nace la esperanza... L.M. ha cumplido su tarea echando a andar por un sendero sembrado de esperanza».

Sintonizó con mi tío mosén Jesús López Bello, sacerdote-sacerdote. Y aceptó nuestro invitación para pasar un día del Corpus Christi, en la ciudad de los Sagrados Corporales de Daroca. No lo olvidaría. Escribió monografías y hagiografías de santos y santas. Se compenetraba en seguida con la espiritualidad de cada uno. Porque él mismo estaba lleno de ella y de humanidad.

En particular, para la canonización de la Madre Genoveva, fundadora de las Religiosas Angélicas, escribió «Al cielo con muletas» . Para la biografía del Cardenal Spínola -”luego santo-” se desplazó a Sevilla. Y allí se quedó, llegando a ser director del «El Correo de Andalucía». Cuando ya se preveía la transición, supo enlazar con las promesas de jóvenes socialistas. Y aun cobijarlos en los bajos de la catedral o facilitarles becas para Lovaina.

Los últimos años, con leucemia, fueron de plenitud en la entrega al Señor. Su preocupación por los conflictos sociales -”alguna vez hablamos de esto-”, le ocupó los años previos a su enfermedad inicial. Hasta su muerte -”acaecida en mismo día en que el Congreso de los Diputados aprobaba la nueva regulación del aborto como «derecho»-” había sufrido con serenidad otras limitaciones físicas -”terminó en una silla de ruedas. Pero se durmió en «el Señor que no se nos puede morir».

Funeral popular con rango de canónigo y enterrado en el panteón de la familia que le había atendido, con singular celo, durante la etapa de Sevilla. Aunque a la Virgen del Pilar la tuvo siempre en su corazón de maño.

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