Diario de León
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En el filo | charo zarzalejos

Aparece en un breve de un periódico de tirada limitada. La noticia es que un grupo musical -”poco o nada conocido-” ha colgado en Youtube una canción en honor del juez Garzón. En la letra se habla de llevar al juez «en el corazón». La cuestión no tendría mayor importancia sino fuera porque no deja ser un síntoma de cómo un sector no mayoritario de la sociedad española es capaz de entrar en resonancia cuando de manera absolutamente acrítica surgen nuevos referentes o, cuando menos, «aparentes» referentes.

A la vista de los acontecimientos, da la impresión de que el juez Garzón se ha convertido, le han convertido, en el santo y seña de un sector de la izquierda española. Ese sector fue el que se reunió en la Complutense de Madrid haciendo uso legítimo del derecho que a todos nos asiste de reunión y libertad de expresión. El problema surge cuando las situaciones y las lenguas se desbordan y, en mi opinión, el desbordamiento es evidente cuando se acusa al Supremo de ser cómplice de los torturadores. Se incurre en el mismo fundamentalismo del que se acusa a la extrema derecha y sabido es que los extremos se sitúan al margen de la duda, que es el ejercicio más sabio del ser humano: tener el valor de dudar. Pero aquí no hay duda que valga. El Supremo es el conjunto de indeseables que se hacen cómplices del fascismo español. La desmesura, la excentricididad y la acusación no puede ser mayor. Pero más allá del acto en sí, lo que subyace es el cuestionamiento de nuestra propia transición, de si la ley de Amnistía es válida o no, si en España debe primar la ley internacional sobre la ley nacional. Buscar a los culpables de los asesinatos del franquismo es abrir de par en par viejas heridas presentes en nuestros abuelos, quizás en nuestros padres, pero en absoluto en nuestros hijos.

No será desde estas líneas desde donde se cuestione el derecho de las familias a recuperar a sus muertos. Al contrario, lo que se echa en falta es que la famosa Ley de Memoria Histórica, una vez aprobada, no se haga efectiva con celeridad y serenidad. Pero volviendo a Garzón, el asunto en cuestión no es la búsqueda y apertura de fosas, sino el enjuiciamiento penal de quienes en su momento ordenaron o perpetraron esos asesinatos. Para que haya juicio penal es imprescindible sentar en el banquillo al culpable concreto. La fiscalía, por tres veces, le conminó a Garzón que abandonara la cuestión, para la que ni era competente, ni había cobertura legal. Pero el juez persistió en el empeño, lo cual no significa que sea prevaricador. Indica que no hizo caso a quien sabe por lo menos tanto Derecho como él y a quien los asesinatos franquistas repugnan de manera absoluta.

Garzón se ha convertido, le han convertido, en el referente de un sector de la izquierda, al mismo tiempo que desde sectores situados en la derecha más extrema no se le concede siquiera la presunción de inocencia. Desde ambos extremos se está deslegitimando lo conseguido en España, produciéndose una especie de ensayo general de vuelta al pasado al que la inmensa mayoría ni quiere volver y ni siquiera oír hablar.

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