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León

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El rincón | manuel alcántara

L a Unión Europea quiere que haya veinte millones de pobres menos en la próxima década. Hay que creer en las utopías, que a pesar de lo que su nombre indica nunca están fuera de lugar. Muchas de las cosas que fueron despectivamente calificadas de utópicas son ahora casi cotidianas, pero la verdad es que en eso de remediar la pobreza, «coral del hombre», no llevamos buen camino. Insisto en que está muy bien intentarlo. Todo el que se empeña en pegarle una pedrada a la luna puede que no lo consiga, pero está claro que aprende a tirar con honda. La operación llamada Estrategia 2020 pretende evitar los errores de la Agenda de Lisboa. Más que tozudos, que decía don Carlos, que era menos marxista que algunos de sus seguidores, los hechos son unos pelmazos de mucho cuidados. Insisten sin permitirse el menor desfallecimiento. Gracias a esa admirable constancia, la pobreza, que es una afrenta, ha llegado a afectar en Europa a 85 millones de personas, lo que representa el 17% de la población.

En España la economía sumergida se ha disparado durante la crisis, a pesar de que se ahogan menos magrebíes. Los contables más avezados calculan que circularon unos 34.000 millones de dinero negro durante el año 2009. En Cádiz ha aparecido un fenómeno nuevo: seis parados en huelga de hambre dicen que están dispuestos a morir si no consiguen un trabajo. Como en la habanera de mi amigo Antonio Burgos, la llamada «tacita de plata» se parece a Cuba, aunque haya menos negritos y más salero, pero la misma comida para echarle sal. Estos casos de desesperación son todavía infrecuentes, pero no hay que olvidar que el suicidio es ya la primera causa de muerte no natural en España. Aunque la gente se mate con toda naturalidad.

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