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León

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Con viento fresco josé a. balboa de paz

No toca hablar del mesianismo soteriológico de Baltasar Garzón, sino de la impostura del gobierno socialista que utiliza al juez como instrumento (lo instrumentaliza) de guerra contra el PP. El abogado de Garzón, al contrario de lo que sostiene el gobierno y sus secuaces mediáticos, niega que el Tribunal Supremo persiga al juez, e incluso éste cree que, con tales apoyos, le están haciendo un flaco favor.

Sólo los más ingenuos pueden creerse lo del apoyo a Garzón, cuando todo el mundo sabe el odio acumulado que hay en el PSOE a un juez que metió en la cárcel a ministros y secretarios de Estado socialistas y que, en cierta manera, hizo perder a González las elecciones frente a Aznar. Toda la charlotada, que nostálgicos de la dictadura (contra franco vivíamos mejor piensan algunos viejos carrozas y otros, que ahora se unen, a los que nunca se les vio en aquella lucha) protagonizaron en la Complutense, bajo la batuta displicente e indecorosa de los sindicatos CC.OO. y UGT, tiene otros objetivos.

El primero no es presionar al Tribunal Supremo, como algunos creen, para evitar el procesamiento de Garzón. Al contrario, los socialistas estarían felices de tal procesamiento e, incluso, de su condena, pues la utilizarían, como lo están haciendo, de espantajo: el juez como mártir. No, los tiros no van contra el Supremo sino contra el Constitucional que, de forma agónica, dirime, con nuevo ponente, sobre el golpe de Estado que se pretende con el Estatuto de Cataluña. Si por procesar a Garzón por prevaricación, algo que nadie duda desde el punto de vista jurídico, personajes sin la menor sindéresis, como el exfiscal Jiménez Villarejo (fiscal en el franquismo y con el franquismo) tacha al Supremo de estar controlado por «fascistas», qué no dirán de los jueces del Tribunal Constitucional si fallaran contra el mencionado Estatuto. En sus compañeros visualizan los jueces del Constitucional el viejo refrán castellano: «si las barbas de tu vecino ves pelar, pon las tuyas a remojar».

El segundo es acallar las voces y ocultar con un velo de ignorancia la situación lacerante e insostenible de un país que soporta, sin el menor rubor sindical, cuatro millones y medio de parados, un millón de los cuales no goza de seguro de desempleo y malvive muchas veces de la caridad de organizaciones de la Iglesia Católica, como Cáritas. En lugar de crear empleo, para lo que se hace imprescindible una reforma laboral, el gobierno asfixia al Estado (estamos ya en el 11,4%, que supone el mayor endeudamiento y descalabro de la hacienda pública española en los dos últimos siglos). No les importa, al contrario rebajan más las peonadas del PER, suben los impuestos y el IVA de los que trabajan, porque el objetivo es captar el voto cautivo, oxígeno de estos peces predadores. En esta política, el apoyo vergonzoso de los sindicatos llamados pomposamente de clase no tiene límites. Mientras organizan actos reivindicando no se sabe qué memoria histórica, callan, otorgan y sostienen la política suicida del gobierno.

Pero el objetivo inmediato del caso Garzón no es otro que las elecciones. Los 50.000 folios de Gürtel están siendo un fiasco político. Lo único que demuestran es la corrupción punible de políticos del PP, nada comparable a la de la época de Felipe González (la de los Roldán, Vera, Guerra, pero también la de hoy: Santa Coloma, PER). En Gürtel, mal que les pese a los corifeos socialistas, no hay una financiación ilegal del partido, como sí ocurrió con el PSOE, con casos como Filesa. Las encuestas electorales pintan bastos, incluso en feudos socialistas como Andalucía y Castilla-La Mancha. Por eso, por el miedo a perder el poder y las prebendas de una casta parásita, encienden, con mentiras e imposturas, el señuelo de la guerra civil y el franquismo.

Muchos se dejan engañar, y es que, como recordaba Condorcet, «cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de sus partes, cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas».

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