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Tribuna | Jesús María Cantalapiedra

Aviso precautorio: aun habiendo tenido una rama familiar con significados ejercicios monárquicos, he de decir que oropeles, esencias y aromas de coronas o repúblicas, siempre que practiquen la democracia, no me aportan nada que me quite o ponga sueños. Cualquiera de los dos sistemas pueden ser buenos, malos o regulares. La historia, si es veraz, se encarga de juzgarles. El arriba firmante respeta a los dirigentes siempre y cuando no me hagan chirriar mis gastadas bisagras. Así que, a pesar del título de la columna, no pretendo hacer ninguna apología del Jefe del Estado Español, a la sazón Rey de España, sino breves comentarios laudatorios sobre una persona que responde al nombre de Juan Carlos de Borbón.

El martes (y trece), gracias a la deferencia de Alex Grijelmo, escritor, periodista, presidente de la Agencia Efe y muchas cosas más, fui invitado al acto de entrega de los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España, coincidentes con el también Premio de Periodismo Quijote. Tuvo lugar en la Casa de América -”Palacio de Linares-”, aunque solamente asistieron, entre más de quinientas personas, dos o tres fantasmas. La mesa petitoria de atención estaba presidida por los Reyes, dos ministras, una directora general, organizador y premiados. Éstos fueron: Antonio Parreño y Rosa Santos (televisión), Nieves Concostrina (radio) y periodistas de Colombia, Brasil, Argentina y México, acompañados de sus respectivos embajadores. El premio Quijote recayó en Juan José Millas por un delicioso artículo titulado Un adverbio se le ocurre a cualquiera . A modo de anécdota, es de señalar que una de las premiadas recibió del Rey el galardón adornada con pulsera de la que discretamente colgaba una bandera republicana. Don Juan Carlos no se inmutó. Su sonrisa permaneció inalterable. Cerró el acto una breve y encantadora actuación del mítico brasileño Jayme Marques y su grupo, quienes, también brevemente, se retiraron junto a los Reyes a una estancia adjunta para charlar de sus cosas. Supongo. Hasta su reaparición tuve ocasión de charlar con varios periodistas (ninguno del papel couché, que no estaban) y, principalmente, con Nieves Concostrina (RNE, sábados y domingos), quien me comentó: «Dile a tu mujer que soy muy mona. Antes me gustaba que dijeran de mi ¡qué inteligente! Ahora ya no». La recién premiada fascina por su simpatía.

Y llegó el momento. Aparecieron los Reyes y, cada uno por su lado, fueron departiendo con todos los asistentes como viene siendo habitual en reuniones de este tipo. Primeramente hablé con la Reina; una Reina afable, seria aunque comunicativa e interesada por todo, incluso por mi presencia en la entrega de premios. Digo por todo lo que saqué a colación. Naturalmente el foco de la conversación fue León. Perfecta en sus modos, formas y sonrisas adecuadas. Después abordé a Don Juan Carlos. Era la cuarta o quinta vez que tenía la oportunidad de hacerlo; dos en ambientes deportivos y el resto en actos oficiales. Don Juan Carlos es una suerte de hombre. El rey de oros. Oro en simpatía; oro en conversación con su particular dicción; oro en sus gestos y carcajadas de boticario bonachón. Ahora se dice mucho que «es un profesional», cuando se refieren a su capacidad para las relaciones públicas. Yo creo que no. Él es así. Estoy por asegurar que no estudia previamente su comportamiento. Le sale de ese cuerpo grandón. Su actitud le brota del corazón, no de la mente. Y, algo muy curioso: no tiene prisa. Me dedicó casi cuatro minutos, con una asistencia de más de 500 personas. ¡A mí!, a un jubilado de pueblo sin cargos de representación. Finalmente, quizá con osadía, no tuve más remedio que decirle; «Señor, Su Majestad es la persona más simpática del noroeste del mundo-¦» Me cogió las dos manos, las apretó fuertemente, fuese y no hubo nada. Sí observé que en el salón no olía a naftalina. Muchos leoneses deberían tomar su ejemplo y una vez por semana, al menos, sonreír, saludar al paso. Aquí no se sonríe, no se saluda con efecto. La máxima expresión de cordialidad (con la habitual retranca obscena) suele ser: «¿Qué?, ahora te dedicas a hacer manualidades-¦» Y así nos va. Una pena.

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