La desafección ciudadana
Panorama | Antonio papell
Las democracias modernas son
El Gobierno, que lógicamente tiene la principal responsabilidad en el asunto, parece no tener prisa; la oposición descarta cualquier pacto de calado con el gobierno que pueda corresponsabilizarla de la crisis o disminuir un ápice las oportunidades de alternancia que la propia situación le brinda; los agentes sociales, burocratizados y escleróticos, vegetan entre deliberaciones bizantinas sin entender sus obligaciones perentorias con esos millones de desheredados que han sido excluidos del mercado laboral . Y las decisiones que se adoptan son tímidas, inanes, provocadoras: produce perplejidad que el Ejecutivo, que tiene que realizar un recorte de 50.000 millones de euros en tres años para regresar a la convergencia, alardee de un «severo» recorte de la burocracia administrativa cuando apenas ha producido un ahorro de 16 millones de euros. La irritación, el hartazgo, la indignación de la ciudadanía son, pues, explicables, y aun es a veces difícil de entender cómo no se produce algún estallido, algún gesto reivindicativo (ayer, la histórica conmemoración del uno de mayo pasó sin pena ni gloria una vez más, como si estuviéramos amodorrados por una gran prosperidad). Pero el deterioro de la gobernanza y de los mecanismos democráticos a manos de mediocres profesionales de la política requiere un puñetazo colectivo sobre la mesa, un «basta ya» resonante y audible. Ya dijo Churchill que la democracia es el peor de los regímenes políticos a excepción de todos los demás. Nuestro modelo democrático no tiene alternativa. Pero sí hay que encontrar una salida a esta situación decadente, que engendra decepción y desafección a un tiempo.