Diario de León
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Panorama | antonio papell

Las amenazas especulativas que se han cernido días pasados sobre la economía española, debidas en parte a los recelos que suscita la solución que ha dado la Eurozona al problema griego, hacían necesario un golpe de efecto psicológico de las instituciones españolas, y el acuerdo Zapatero-Rajoy podía desempeñar este papel tranquilizador. La cumbre española de ayer, escenificada con cordialidad, ha cumplido hasta cierto punto este cometido, de gran importancia para salvar los escollos planteados por la opinión pública internacional, pero, resumidamente, y a pesar de las buenas maneras y de los acuerdos conseguidos -que no son irrelevantes- hay que señalar que se ha perdido una ocasión de marcar una senda de futuro creíble que amortiguara incertidumbres y generara auténticas expectativas ilusionantes. Los dos líderes han resuelto los dos asuntos del temario oficial: como ya era conocido, el PP apoya la ayuda a Grecia -”no podía ser de otro modo en un partido europeísta-” y ambos acometerán de común acuerdo y a plazo tasado la reforma del sistema financiero y modificarán con urgencia la normativa de las cajas de ahorros para dotarlas de mayor transparencia y permitirles acceso más fácil a los mercado de capitales. Sin embargo, aunque Rajoy, en una clara y sensata intervención, insistió al término de la reunión en que el PP otorgará todo el apoyo al Gobierno en las decisiones que vayan en la dirección correcta, no sólo no se han pactado los términos del ajuste ni el conjunto de las reformas estructurales sino que tanto Rajoy como Zapatero se han limitado a reiterar sus conocidas posiciones en materia de política económica. Las exigencias de Rajoy que resumen su plan alternativo son impecables: reducción del gasto y del déficit a partir de este mismo año; reestructuración del sistema financiero (asunto que sí está resuelto) y reforma del mercado laboral cuanto antes, sin esperar a que los agentes sociales resuelvan su indecisión. Sin embargo, es claro que el solo enunciado de estos vectores, que en efecto compendian lo que debe hacerse a juicio del sector más liberal de la política europea -”Cameron, por ejemplo-”, no constituye un programa de gobierno. El hipotético pacto que hubiera podido lograrse hubiese debido versar sobre los detalles espinosos: dónde se producen los recortes del gasto, en qué plazos y en qué cuantía; en qué términos se dicta una reforma laboral eficaz, etceétera. En estos elementos y no en los grandes conceptos radican las diferencias. Y no hay indicios de que se haya producido el menor intento de aproximación, ya que Zapatero ha insistido en graduar más dilatadamente el ajuste de forma que no se agoste la incipiente recuperación ni haya que renunciar al gasto social.

Así las cosas, la reunión ha contribuido levemente a una saludable distensión y resuelve un asunto urgente y de alcance nada desdeñable, la puesta al día del sistema financiero, que ahora deberán acometer con urgencia Economía y el Banco de España, de un lado, y el Gobierno y el Parlamento, de otro. Pero tendrá un efecto seguramente insuficiente sobre la percepción negativa que los mercados internacionales tienen de la coyuntura española. Porque lo que está en juego, lo que genera preocupación, es la capacidad de este país para conseguir a tiempo recursos suficientes que garanticen la estabilidad presupuestaria con un crecimiento previsto reducido y con un paro tan exorbitante.

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