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León

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Irreverencias | césar chamorro

Decía Felipe González que un ex presi dente es como un jarrón chino, un objeto inútil que nadie sabe dónde colocar en la casa. Esto es así en unos países más que en otros. Un servidor, sano envidioso de lo ajeno que sea mejor que lo propio, se ha llevado una buena dosis de ese pecado capital con motivo del trágico terremoto en Haití. La fotografía de Obama flanqueado por Bush y Clinton, a los que llamó, precisamente por su categoría de ex presidentes, con independencia de simpatías personales y filiaciones políticas, para que lideraran la gestión de fondos privados destinados a los damnificados por la catástrofe, nos debiera hacer reflexionar, al presidente actual, a los que lo fueron y a todos, en nuestra frecuente ingratitud y falta de generosidad o reconocimiento.

En España, que sigue siendo diferente, para mal, en muchas cosas, los ex presidentes son pocos y mal avenidos. Las causas son varias. Nuestra democracia tiene una corta historia y parece que nunca alcanzará la madurez de la estabilidad (más de 30 años después está medio país en un sin vivir por el Estatuto catalán pero sin preocuparse tanto por trabajar duro para salir de la crisis). Así pues, no ha dado tiempo a muchos expresidentes. Otra causa es que alguno trató de perpetuarse en La Moncloa y lo consiguió durante más de una década hasta que corrupciones de todos los calibres le apartaron de ese domicilio aunque sin jubilarle, ya que estuvo como diputado de a pie varios años más, pero sin que estuviera ni se le esperara en el Congreso, en una situación estrafalaria y ridícula para un expresidente. La enemistad manifiesta (¿motivo?) entre el siguiente inquilino de La Moncloa y el anterior no permitió ni un atisbo en la corrección de este descomunal despropósito. El siguiente -”¿me sigue?-”, no sabe, no contesta.

Otra de las causas puede ser la visceralidad que sigue caracterizando buena parte del carácter español. Confundimos frecuentemente rivales electorales, con enemigos, y con el atrevimiento del ignorante y, en ocasiones, con la prepotencia del poder castigamos con el desprecio al otro, lo que también ocurre en muchos otros ámbitos sociales. Inmadurez de los presidentes como tales, soberbia, vanidad, complejos de varios tipos, falta de auténticos estadistas, dejándose llevar en sus decisiones por el corazón y no por el raciocinio -”sin saber que ya Napoleón dijo que un hombre de estado debe de tener el corazón en la cabeza-” y un largo etcétera; vaya usted a saber si no están también entre las causas. Cuántos expresidentes deberán serlo para curarnos de tantos pecados y dar una lección de auténticos presidentes. Volviendo al pasado, y con Calvo Sotelo fallecido, siempre nos quedará Suárez.

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