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León

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Tribuna | PEDRO RABANILLO MARTÍN

Espero que el análisis en torno al personaje no se entienda como signo de alabanza a su gestión por afinidad política ni p or afecto personal. Nunca lo he tratado. Mi admiración se sustenta en la eficiencia y la eficacia que en política se entiende como una buena manera de gobernar. No soy de derechas ni de izquierdas (ofendería la inteligencia) y siempre he tratado de ceñirme a aspectos tangibles y probados, amparado en la veracidad y la coherencia, afianzando la honradez de mis opiniones.

Cuando el señor Aznar llegó al poder el estado de la economía se hallaba en quiebra y caída libre, el mundo laboral en coma profundo, el índice del desempleo amenazaba la paz social y la indigencia en las familias desempleadas polarizaba el paso de los días. Urgía, por tanto, cambiar los cánones de gestión que hasta entonces había llevado a cabo el Gobierno saliente. Sustituyó los andamios para dar consistencia y seguridad al trabajo, eligió albañiles/as que con plomada y nivel llevaran a cabo una aceptable restauración del edificio en ruina. La obra finalizó con probado éxito. Las secuelas del abandono quedaron para el recuerdo. (He querido dar un tratamiento psicoanalítico en tono anecdótico con el fin de quitar hierro a la situación anterior). Si el trabajo fue meritorio, se debió a la conformación de gabinetes ministeriales y cargos complementarios que rivalizaron en labores encomiables y evidente signo de suficiencia. Si el esfuerzo era considerable, no lo fue en menor grado la satisfacción por el deber cumplido.

En cuanto a la historia más definida se refiere, después de haberse asentado con éxito en la primera etapa de su mandato, la segunda legislatura sufrió todo un calvario, en especial por algunos casos: asunto Prestige , islote Perejil, guerra de Irak y el dantesco atentado del 11-M. (Ya fuera de todo contexto político: la boda de su hija, por el indebido uso del Monasterio del Escorial con aparentes aires de grandeza, según sus aberrantes detractores. Que se sepa, ningún acreedor le ha reclamado los gastos de la ceremonia. Las críticas de sus amigos al respecto, de envidia ambientada en el ámbito del ridículo).

Sobre el asunto del accidente del Prestige , cuya gestión por cierto encargó al hoy sucesor en la dirección del partido y aspirante a la presidencia del Gobierno señor Rajoy, fue ejemplar. Lo amparan y corroboran las felicitaciones de las distintas instituciones extranjeras que entienden de ese tipo de incidentes. Las algaradas callejeras, animadas desde extramuros de la sinrazón y amasadas por contubernios políticos, no hicieron sino alertar a la sociedad española en general y a la gallega en particular de que se trataba de una fraudulenta conspiración por intereses partidistas. La puntual indemnización a las familias afectadas sirvió de colofón a una acción humanitaria de enorme enjundia solidaria y final feliz. Los pancarteros no han asumido aún el error de cálculo. Algunos siguen lanzando arengas de mentiras y patrañas.

En cuanto al incidente del islote Perejil, la entereza personal y responsabilidad política jugaron un papel determinante, evitando un seguro y grave conflicto. La firmeza que mostró al desafío, unido a la comprensión de los Estados Unidos, que no de los socios comunitarios, amansaron las exigencias del monarca alauita, que de haber cedido al chantaje hubiera abierto las puertas a otras peligrosas provocaciones. De hecho, aún quedó una sensación de venganza por la fallida maniobra. Sobre la guerra de Irak, aireada por contumaces desestabilizadores e intereses políticos, asignándole un carácter de rastrero intervencionismo, quedó demostrado que la participación de España consistió -”al menos para mentes sensatas-” en un buque hospital y adiestramiento de personal en funciones humanitarias. No hubo encuentros bélicos de relieve y es de justicia destacar la enorme simpatía hacia la tripulación en señal de agradecimiento.

Cuando salimos a la calle en multitudinarias manifestaciones, impulsados a rechazar la declaración de guerra y a comprometernos con la defensa de los Derechos Humanos, no éramos conscientes del oxígeno que suministrábamos al sátrapa Sadam Husein y sus huestes. El solo hecho de haber gaseado a muchos miles de vecinos kurdos indiscriminadamente, con las armas de destrucción masiva -”que tan buen juego dieron a los voceros de la infamia-”, era razón suficiente para llevar a cabo la protestada invasión. La pronta rendición del ejército de Sadam, su aniquilación y la de su familia, hacía albergar la esperanza de que la paz y el orden se restablecerían de inmediato, una vez comprobado que el número de bajas humanas y demás secuelas de los combates no fueron tan cruentas como habría cabido esperar. El factor sorpresa apareció posteriormente con signo de guerra civil.

La foto de las Azores contribuyó de manera ostensible a lanzar desde los medios de comunicación el odio a los protagonistas y envalentonar el histerismo suicida de los fieles a Sadam, desencadenando una serie interminable de atentados fratricidas. Las injurias envenenadas de cargar las víctimas al trío en cuestión partían de mentes retorcidas y bajos instintos, que justificaban de alguna manera las espantosas masacres con tal de responsabilizar a quienes habían colocado en el ojo del huracán.

En paralelo se producía el cruel genocidio en Ruanda y países europeos comprometidos con esa nación pasaban de largo de la espeluznante tragedia que la asolaba. Las víctimas mortales multiplicaban a las de Irak y con aureolas de paz se cebaban en acusar a los yanquis de propiciar el control del petróleo, como si el atentado del 11-S no fuera razón suficiente. (Oportunamente hoy China y Rusia comercian con el oro negro y quizás con una ventajosa posición geoestratégica). Y en tema interior, no dudaron en soliviantar a la sociedad española y concitar una despiadada animadversión contra el señor Aznar, cargándole el salvaje atentado del 11-M y sus desafortunadas víctimas. Les animo a repasar con atención la infamante historia y comprobarán con estupefacción la cobardía de los infundios.

Para terminar, deseo manifestar que el criterio que mantengo sobre el señor Aznar responde a la finalidad de aclarar la injusta tergiversación que de los puntos negros se ha hecho. El respeto que se merece por su buena labor no puede quedar empañado por sucias maniobras de intereses políticos. Apuesto a que millones de ciudadanos/as se niegan a ponerse los ronzales que taimadamente les habían regalado .

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