Diario de León
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Fronterizos | Miguel Á. VARELA

Por primera vez en la reciente historia de Europa existe el temor generalizado de que los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la generación de sus padres. Lo dice el diagnóstico que hoy se presenta y que el grupo de reflexión presidido por Felipe González elaboró a petición del Consejo Europeo, en el que se emiten opiniones poco tranquilizadoras sobre la situación de nuestro continente, sobre su economía y la sostenibilidad de su modelo social, basado en la seguridad del estado del bienestar. La vieja Europa, pacientemente construida en los últimos sesenta años sobre los cadáveres de millones de ciudadanos enfrentados en los más terribles conflictos bélicos que la humanidad ha conocido en su larga historia de sangre, se muestra hoy agotada, desorientada e incapaz de entender de dónde vienen los golpes, como un boxeador noqueado en los últimos asaltos de un combate en el que se ha entregado a fondo. Arden las calles luminosas de Atenas, la ciudad más fea del Mediterráneo levantada al pie de la colina más hermosa. En la laboriosa Centroeuropa miran con desconfianza a sus vecinos del sur, que cantan canciones tristes en la cola del paro y esconden en sus campos la basura holandesa al lado de los restos de un ánfora etrusca. Los ganaderos abonan el campo con la leche que no vale nada. Y en Bruselas, una enorme masa de burócratas cambia todos los días una montaña de papeles con dedicación y mimo, repitiendo disciplinadamente el mito de Sísifo. Europa titubea con miedo por los nuevos caminos del mundo, que ya no conducen a Roma, ni a París o a Berlín, que cruzan las autopistas del mar y llevan al oriente remoto, a las costas brasileñas o a las capitales de países que no sabemos colocar en el mapa. Europa tose como un anciano que ha vivido mucho pero ya no entiende un tiempo que no es el suyo. Europa, la vieja Europa, busca una reforma que le permita sentirse todavía en el centro del mundo.

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