Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

El hombre que entra en un quirófan o se pierde un importante fragmento de la historia de sí mismo: el que vive su mujer en la sala de espera, y que posiblemente ella nunca le contará después en todos sus matices. Cuando la Reina quiso compartir su alegría por las buenas noticias que le acababan de dar los médicos, tras la operación del Rey, se dejó fotografiar rodeada de periodistas y reporteros gráficos, en un gesto de vital espontaneidad, que fue una declaración de intenciones acerca de aquello que de verdad importa. En aquellos momentos, era esposa y madre. La espera en un hospital te adentra en un tiempo donde pasado, presente y futuro dialogan. Curiosamente, la persona operada suele olvidar pronto su propia experiencia, percibida como entre brumas; en cambio, permanecerá para siempre en quien la vivió en la sala de espera, como un sentimiento secreto e intransferible sobre lo que pudo ocurrir y, finalmente, no ocurrió. El Rey olvidará; la Reina, no. Cuántos recuerdos y reflexiones pasarían por la mente de doña Sofía durante las tres horas -”para ella como siglos-” que duró la intervención. Y quizá, cuántas oraciones. A Don Juan Carlos le quedará una cicatriz, a doña Sofía un surco. Los niños también arrinconan expe riencias hospitalarias que, en cambio, pasan a formar parte de sus padres, a integrarse en ellos. Ahora mismo, en cualquier ciudad del mundo, hay personas esperando que la operación de un ser querido termine. La misma melodía en diferentes versiones: una esposa cierra agotada los ojos, un marido toma su quinto café de la mañana, hijos recorriendo nerviosos el pasillo, una abuela reza en silencio-¦ La compañía hace menos angustiosa estas situaciones, pero el amor tiene abismos a los que únicamente se puede peregrinar solo. Porque eres tu espera.

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