Diario de León
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La veleta | cayetano gonzález

L a gran atención mediática que se ha prestado a la operación del del Rey Juan Carlos no se justifica únicamente en la relevancia objetiva que tal hecho tiene en sí mismo. Hay algo más. Se ha vuelto a demostrar que hay una empatía especial de una inmensa mayoría de los ciudadanos, quizás no tanto con la Monarquía como forma política del Estado, sino con la persona que la encarna en estos momentos, Juan Carlos de Borbón. Personalmente soy de los que piensan que los españoles son antes juancarlistas que monárquicos y eso en sí no es bueno ni malo. Es simplemente una realidad. El heredero, el Príncipe de Asturias, va por el mismo camino: cada día que pasa va sumando simpatías y apoyos, tarea en la que le ayuda con eficacia la Princesa Leticia. Y aunque los poderes que la Constitución otorga al Rey son muy limitados, en la práctica, D. Juan Carlos ha sabido desarrollar con discreción y eficacia su labor.

Sin duda, el momento más delicado para el Rey fue la famosa tarde-noche del 23 de febrero de 1981, cuando unos guardias civiles comandados por el teniente coronel Tejero asaltaron el Congreso -donde se desarrollaba la investidura de Calvo Sotelo- con la clara intención de llevar a cabo un golpe de Estado del que ellos eran sólo el brazo ejecutor. Otros militares más poderosos -como el teniente general Jaime Miláns del Bosch o el General Alfonso Armada- que ya han sido juzgados son los que lo impulsaron y ampararon. Y aunque algunos han querido implicar de alguna manera al Rey en aquella intentona golpista, el hecho cierto es que D. Juan Carlos aquella noche se enfundó el traje de Capitán General y evitó con su decidida actuación lo que hubiese sido un retroceso importante en el campo de las libertades de nuestra historia reciente. Como se ha dicho de forma un tanto vulgar, aquella noche del 23-F, el Rey se ganó sobradamente su sueldo. Sólo desde unas posiciones llenas de prejuicios o de un cierto sectarismo barato se puede negar que el papel de la Corona y del Rey Juan Carlos desde la transición democrática ha sido muy positivo. Y con una cierta perspectiva de nuestra historia reciente, habrá que concluir que más vale una Monarquía parlamentaria como la actual, que unas Repúblicas como las vividas en España en la primera mitad del siglo XX. El papel integrador de la Corona, el ser un referente respetado y valorado por la inmensa mayoría de los españoles, es algo que después de la convulsa historia reciente de nuestro País conviene realzar y poner en valor. Por eso, Dios conceda larga vida al Rey Juan Carlos y que el Príncipe Felipe se siga preparando para coger el relevo que por ley de vida le llegará un día.

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