Llega el tren de mediodía
Tribuna | Pablo Díaz De Rábago
Profesor del Instituto de Empresa
Como en la película Solo ante el peligro (High Noon, 1952 de Fred Zinnemann) el tren del mediodía con el malo (la realidad) ha llegado. La dificultad para entender la situación española en la presente crisis -˜de los mercados-™ viene del ruido mediático existente. Si preguntamos a cualquier ciudadano en la calle el diagnóstico es claro: así no podemos seguir; demasiado paro, demasiada deuda, demasiado gasto público, demasiados funcionarios. La solución también es clara, únicamente hay tres cajones suficientemente grandes para conseguir el dinero necesario para recortar el déficit: los sueldos de los funcionarios, las pensiones y el gasto de las comunidades autónomas.
Pero en el mantra oficial de que el Estado no dejará caer a los ciudadanos está la falacia: es el Estado (o mejor dicho, el poder político) el que hace que caigan los ciudadanos. Mediante el sostenimiento de políticas insostenibles (gasto público, coste del sector público, precios de inmuebles inalcanzables, sobreendeudamiento) basadas en el acceso del sector público a los mercados de capitales el mantra ha aguantado dos años y medio de crisis, desde ese famoso nueve de agosto de 2007 en el que los mercados se negaron (con razón) a refinanciar hipotecas basuras norteamericanas de un vehículo gestionado (fuera de balance) por el banco francés BNP.
Mediante ese recurso a la deuda pública se ha evitado la necesaria restructuración del sistema financiero, el ajuste de costes del sector público (estatal, autonómico y municipal) y la deflación (que ha de venir y la única que liberará recursos para los ciudadanos, la del precio de la vivienda), pero con dos grandes costes que sobresalen de todos los demás, el paro y la destrucción del tejido empresarial. El ajuste ha ocurrido en los más débiles: la inmigración, el sector privado, las pymes, los jóvenes.
La inquietante situación de Grecia y la valoración que de ella hacen los mercados (la sangre que permite la vida financiera, es decir, la vida) excluyéndola mediante la fijación de pre cios inasumibles, dibuja dos escenarios para España: bien un liderazgo junto con la oposición en el ajuste real, suficientemente significativo, o un ajuste «humillante» dirigido por el Fondo Monetario Internacional como escudo de la Unión Europea.
¿Cuánto tiempo nos queda para el duelo? ¿Podrá vencer Zapatero a los mercados? ¿La espera tiene costes reales para España? A la primera pregunta se puede llegar tomando el pulso diario a las primas de riesgo del mercado español, y yo, que era optimista por los datos fríos macroeconómicos, ya no lo soy tanto pues la enorme necesidad de financiación española y la falta de una solución global aceleran los plazos en un tiempo que en los mercados financieros se encoge y es como el del país de las maravillas.
Podemos alucinar con sueños viendo un conejo loco con cara de Zapatero que llega tarde. No ha hecho los deberes. La pregunta de si el Gobierno podrá vencer a los mercados es la que le destruye; es una pregunta trampa, pues los mercados son la vida y la sangre de nuestra civilización y alguien que hace afirmaciones y declaraciones fuera de la realidad está en el ciberespacio, y con su velo ideológico destruye nuestro futuro. Los medios de comunicación tenemos que asumir la responsabilidad de transmitir la realidad a los españoles, todos tenemos un deber moral de rasgar el velo ideológico.
Por lo que se refiere a los costes de espera para España, llevamos dos años y medio sufriénd olos. Si hay un factor determinante en la recuperación, éste es la inversión productiva, que vendrá fundamentalmente de fuera. Desde hace seis años, los inversores están sentados y esperando porque la realidad y el discurso político no cuadran. Un aspecto positivo de la situación es que ya parece no estar en manos de los que niegan la realidad, y que probablemente con un ajuste real que únicamente pueden soportar, por su dimensión los gobiernos autónomos, los funcionarios y los pensionistas, no estaremos en la situación griega. Todos están esperando el duelo. Está llegando el tren de mediodía. Éste es el momento.