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León

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Al margen | rafael torres

El Rey, recuperado pronta y felizmente de su cirugía, tiene, sin duda, motivos para sentirse orgulloso de la Sanidad Pública española, pero, por desgracia, la mayoría del resto de sus usuarios tienen bastantes menos motivos que él. Si se quiere interpretar el elogio del Monarca al Seguro «en Barcelona y Madrid» en clave política, interprétese su declaración ante la prensa y los sanitarios que le atendie ron con solicitud como a cada cual convenga, pero, maquiavelismos aparte, acaso el Rey podría hacer algo más para que ese orgullo que reclama pudiera prender de veras en el ánimo de los españoles que no tienen otra alternativa, cuando enferman, que acudir a la cada vez más sórdida y desmantelada Sanidad estatal.

Cuando los pacientes, a diferencia del Rey, tienen que esperar meses para que les hagan cualquier prueba necesaria para el diagnóstico o el tratamiento de sus males, cuando para someterse a una operación quirúrgica tienen, a diferencia del Rey, que ponerse a la cola de una lista de espera casi tan interminable como angustiosa, y cuando, a diferencia del Rey igualmente, han de compartir habitación hospitalaria con otros pacientes y con sus familiares, dándose el caso de coincidir una parturienta con un herido grave (a mi hija, sin ir más lejos, le ocurrió), los pacientes no pueden, en puridad, experimentar la elevada inflamación moral del orgullo, sino, antes al contrario, una mezcla de impotencia e indignación. Se comprende el contento del Rey al abandonar el Clínic de Barcelona, y su gratitud, expresada en elogios, al sistema al que pertenece ese gran hospital universitario. Ese mismo sistema, sin embargo, tiende a maltratar a los ciudadanos que no son reyes (a menudo ni de su casa), mientras el personal sanitario, desbordado y con frecuencia benemérito, hace con ellos lo que puede, lo poco que el sistema les deja poder.