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León

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Panorama | antonio papell

El presidente del Gobierno, con un realismo que se le desconocía, anunció un drástico plan de ajuste rotundo y doloroso que, aunque frustra la ingenua pretensión de conciliar lo s estímulos a la actividad con la consolidación fiscal, ataca enérgicamente los grandes desequilibrios españoles y emprende una senda de credibilidad y firmeza que responde con contundencia a las manifestaciones de incertidumbre y desconfianza enunciadas por los mercados. En esta situación excepcional en que nos encontramos, tras las tensiones financieras de los últimos días que han puesto en peligro la moneda única y han forzado respuestas valientes de la Unión Europea -el gigantesco mecanismo europeo de estabilización-, la propia UE ha instado a España a acelerar el paso para cortar de raíz las especulaciones. En efecto, España es el más grande de los países de la Eurozona en situación difícil, y Europa no podía permitirse que se mantuvieran las dudas que suscitaban nuestros desequilibrios -en déficit y empleo- y nuestra parsimoniosa evolución, que además se basaba en previsiones controvertibles (no era creíble que España logre el próximo año tasas de crecimiento del orden del 1,8%, cifra sobre la que se basaba la evolución del ajuste). Hasta Obama ha intervenido para poner de manifiesto al Gobierno la gravedad de la situación.

El plan enunciado por Rodríguez Zapatero para materializar el anunciado recorte de 15.000 millones de euros a lo largo de este año y el próximo es de una dureza inusitada, y ha sido planteado como apelación a los ciudadanos para levantar el país. Y, por primera vez, incluye dolorosas medidas impopulares que sin embargo son imprescindibles para empezar a cuadrar unas cuentas que se habían desbocado hasta más allá de lo razonable. Los elementos del plan son los clásicos: reducción de salarios públicos este año y congelación el año próximo, congelación de pensiones salvo las mínimas y las no contributivas, eliminación del cheque-bebé, supresión de la retroactividad de la dependencia, rebaja del gasto farmacéutico, reducción en 600 millones de la Ayuda Oficial al Desarrollo, recorte importante en la inversión en infraestructuras y reducción en 1.200 millones del gasto previsto por comunidades autónomas y entes locales. Son, bastantes de ellas, medidas desoladoras, que sin embargo no agravan la situación de los más desfavorecidos (de los parados, particularmente), no afectan a la sanidad ni a la educación y tienen la entidad suficiente para cumplir el efecto deseado. Se podrá opinar -como ha hecho Rajoy- sobre si había que haber actuado o no antes, pero esta discusión es ahora irrelevante. Lo cierto es que se ha actuado justo a la salida de la recesión técnica, aunque, con toda probabilidad, como ha manifestado Zapatero, esto recortes influyan sobre la demanda y ralenticen la previsible recuperación. Pero no adelantemos acontecimientos.

La contundencia, seguramente inesperada, del ajuste ha dejado sin discurso a la principal oposición. Tiempo habrá de matizar estas primeras impresiones, y de evaluar si, al reducirse considerablemente el crecimiento previsible, habrá o no que hacer aún nuevos y más serios sacrificios en el futuro más o menos inmediato. Pero de momento, estamos en la dirección correcta. Aunque haya que lamentar esos sacrificios que nunca pagan en realidad los verdaderos res ponsables de la recesión.