Diario de León
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Panorama | antonio papell

Por un solo voto, el ajuste superó ayer, en un ambiente muy caldeado, el trámite de la convalidación parlamentaria. Por la misma diferencia mínima, el Congreso rechazó también la tramitación del decreto-ley como ley ordinaria. El nacionalismo moderado catalán puede apuntarse una vez más el mérito de haber representado el sentido del Estado en una Cámara desorientada por la complejidad de la coyuntura y minada por la mediocridad general y por las exorbitantes ambiciones de pescadores a río revuelto. Se dice que el PP hubiera hecho un gesto in extremis si hubiese temido que peligraba el decreto-ley (las presiones de diversos actores económicos y sociales han sido muy intensas para evitar que el principal partido de la oposición apostara por el caos) pero lo cierto es que, como en los mejores tiempos, el grupo político fundado por Jordi Pujol ha sacado las castañas del fuego al país en una grave encrucijada. De cualquier modo, Zapatero, que ha estado sobre el filo de la navaja, sale muy debilitado de este envite, y es probable que la legislatura tenga sus días contados; pero lo que ayer era importante era dar una respuesta satisfactoria al reto europeo.

Era obvio -y así se ha comentado con fruición en círculos complacidos con las perspectivas catastróficas- que si el Gobierno no hubiese conseguido sacar adelante el recorte del gasto que nos reconcilia con el núcleo duro de la UE nos hubiéramos abocado a una situación de excepcionalidad, imposible de resolver sin soluciones también extremas: o convocatoria inmediata de elecciones -quizá precedida por una moción de confianza-, o un gobierno de coalición. Pero el traumatismo interno hubiese sido irrelevante en comparación con el destrozo que se hubiera causado a nuestra pertenencia europea. De no haber prosperado el ajuste, España se habría convertido en un paria a los ojos de los demás miembros de la Eurozona. El «no» hubiera hecho de este país un solar asilvestrado en el que las querellas y rivalidades internas habrían impedido la cabal alineación de los españoles con la preocupación colectiva y la puesta en común de soluciones coordinadas a los problemas. Es extraño que el PP haya querido pasar a la pequeña historia de la legislatura con esta pretensión en sus alforjas. Superado momentáneamente el riesgo, la zozobra sigue siendo sin embargo atenazándonos, como siempre ocurre cuando se ha estado al borde del precipicio. Y aunque sea perfectamente lícito reconocer que cualquier decisión, en democracia, es opinable porque siempre existen opciones alternativas, quizá sea preciso revisar si no hemos hecho aquí del disenso un camino de avance demasiado sistemático. En momentos de crisis, la capacidad de consenso es una virtud, que al parecer no poseen nuestros políticos. Porque es sencillamente escandaloso que, al contrario de lo que ocurre en toda la Eurozona, PP y PSOE hayan sido incapaces de conseguir acuerdo alguno en la difícil gestión de la crisis y de la recuperación económica (salvo la tímida aproximación en la reforma del sistema financiero que pactaron Zapatero y Rajoy). Ya se sabe que ambas partes están cargadas de argumentos para culpar al otro de este dislate pero la sociedad de este país, dotada de una acreditada sabiduría, tiene ya formado el criterio de que la responsabilidad de esta incapacidad corresponde por igual a ambas partes.

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