Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

No es de extrañar que León haya quedado segunda en el Premio Europeo de la Movilidad, dado que es una de las ciudades españolas que obligan al conductor a moverse de un lado a otro durante más tiempo aunque sin necesidad alguna.

Sí, es verdad que aquí la gente tiene un afán un poco obsesivo con coger el coche aun cuando el objetivo sea sólo ir al kiosco a por el periódico o cubrir dos calles para comprar el pan (se han dado hasta casos de paisanos que pasean al perro montados en el utilitario, la primera marcha metida), pero el castigo que inflige nuestro Consistorio a esos malosos bellacos que tienen la desvergüenza de ir de un sitio a otro en automóvil parece a todas luces excesiva. Es difícil encontrar una ciudad -”del tamaño y características de León-” que cuente con accesos tan malos, estrechos, feos y entorpecidos por obras, agujeros, bolos-bolardos y demás fastidios que esta ilustre cabeza del reino cienmilésimo. Uno no comprende cómo nuestros corregidores de ayer y hoy no se fijaron (ni se fijan) en los Santander, Pamplona, Orense, Girona o la misma Salamanca con el fin de aprender un poco y aplicar lo que en otros lugares es puro sentido común. En ciudades de tamaño medio hubo un momento en el que se tiró lo que hizo falta para abrir grandes vías que canalizasen el tránsito de llegada y salida y lo distribuyeran por el resto de la ciudad. Aquí las normas se llaman más bien parche, apaño, remiendo, chamizo, todo lo que sea contrario a la armonía, el buen gusto, la belleza o la utilidad.

Si cuando se pudo, cuando el horizonte estuvo enrejado de grúas, no se emprendieron estos trabajos básicos, a buenas horas mangas verdes se van a hacer ahora. Lo que único que llegó a término entonces fueron los dineros, repartidos entre constructores y políticos como quien reparte cromos, sipi-nope. El ciudadano no juega. Sólo mira, y sufre.

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