Diario de León
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Fronterizos | miguel a. varela

Era un espacio singular, misterioso y prácticamente desconocido. Era el resultado de la acción del tiempo so bre una actuación industrial remota, desmesurada y mítica. Sólo unos pocos, que quizá habían leído a Gil y Carrasco, visitaban entonces aquel lugar, que atizaba la imaginación especulativa y multiplicaba el impacto teatral de sus rincones. Médulas pedía a gritos un plan, un proyecto que difundiera y explotara racionalmente su enorme potencial, que volviera a crear riqueza dos mil años después y fuera una alternativa sostenible para un entorno empobrecido y castigado por explotaciones corrosivas paisajística y medioambientalmente. Luego la Unesco declaró el paraje, con toda justicia, Patrimonio de la Humanidad. Esa fue la última iniciativa feliz y el pistoletazo de salida para la conjura de los necios. Como proclamaba la cita que abre aquella novela de John Kennedy Toole: «cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él». Y así, un espacio tan genial como Médulas empezó a sufrir el modelo íntegro de lo que no se debe hacer a la hora de proyectar el desarrollo de un proyecto complejo como el que cabría esperar para un lugar de estas características. Los tentáculos de todas las administraciones existentescayeron sobre el paraje en una competición de organismos grandes, pequeños y mediopensionistas, tan preocupados por regar su pequeña parcelita como volcados en zancadillear la parcela ajena, compitiendo por contabilizar al mareado visitante que, inexplicablemente, sigue llegando al lugar buscando la magia que en ese espacio sobrevive, pese al manoseo, la anarquía administrativa y la ausencia de una visión rigurosa de conjunto que ponga orden y regule lo que bien podría ser una nueva mina de oro, aunque los necios se empeñen en extraer sólo unos puñados de polvo y una foto en página par.

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