Diario de León
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En blanco | javier tomé

Dan ganas de dimitir del género humano en vista del goteo de adversidades, resignaciones y deseos incumplidos que viven los palestinos desde 1948, año en que nació oficialmente la nación de Israel. La mala conciencia de las potencias democráticas después de salir a la luz el plan de exterminio llevado a cabo por los nazis, propició la creación de un Estado pensado para acoger a los supervivientes del holocausto. El problema es que en dicho territorio, más sagrado que un choto en la India, vivía antes el pueblo palestino, sometido desde entonces a la manida táctica de patear el trasero ajeno. Los palestinos que no han sido deportados, alrededor de siete millones, viven sometidos a un cerco en toda regla, animado ocasionalmente por guerras relámpago, asesinatos selectivos y otras simpáticas formas de presión. Una tormenta de dimensiones bíblicas que vulnera toda legalidad internacional y ha sido censurada una y mil veces por la ONU, aunque los sucesivos gobernante israelitas se llamen a andanas mientras alientan los ardores bélicos de una sociedad siempre en pie de guerra o en posición de estarlo. Todo un disparate integral basado en la filosofía de Gorostiza: en cuanto pilles bulto, atiza.

El presidente Bill Clinton ya forzó en su día un acuerdo de paz que, a día de hoy, está más muerto que Julio César. Y ahora Obama, consciente de que la epopeya continúa, exige a Israel adoptar hasta trece «decisiones» para alcanzar un armisticio definitivo en el 2012. Una estrategia consistente en aflojar la mano que parece absolutamente inviable, pues prosigue el cerco a Gaza en forma de un asedio medieval que, en palabras de Naciones Unidas, «es una vergüenza». Y ahora, para rematar la faena, Israel ha denegado la entrada al país al filósofo norteamericano Noam Chomsky, muy crítico con sus colegas de raza al denunciar lo jodíos que son los judíos de Tierra Santa.

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