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León

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Nubes y claros | maría j. muñiz

El Círculo Empresarial Leonés (CEL) presentó ayer el resultado de la encuesta de confianza que viene haciendo anualmente, y que ahora ha adelantado para coger el pulso de la que está cayendo. Y el pulso está por los suelos. Ya no sólo hablan los empresarios de pesimismo, sino que se mueven directamente en la desolación. Histórico decaimiento moral y demoledoras perspectivas. Un panorama para echarse a llorar, vamos.

Pero el lamento por sí solo no lleva a nada, y eso lo saben bien los empresarios. Es en las duras cuando hay que atarse los machos y buscar una salida que, en este momento, se antoja inexistente.

Entiendo el decaimiento anímico del empresariado local, y que apunte culpables a diestro y siniestro. Mi admiración para quienes frente a este panorama tienen que salir adelante sin más apoyos que los que ellos mismos sepan procurarse. Pero también me gustaría encontrar en el discurso patronal algo de autocrítica y sobre todo de autoconfianza.

Desde que esta crisis pinchó los globos todos en los que nos acunábamos cómodamente hemos venido escuchando la necesidad de cambiar el modelo productivo; los patrones, los comportamientos. Ante la pregunta de cómo está respondiendo el empresariado local a este necesario cambio de modelo, los responsables de la patronal hablaron e insistieron en la capacidad de adaptación de las empresas locales a todo tipo de circunstancias y nuevos retos, por negativos que sean.

Adaptarse implica ir detrás, salvando los muebles, pero a rebufo de lo que nos va saliendo. A menudo utilizamos como sinónimos los términos empresario y emprendedor. ¿Debe ir un emprendedor agarrado a la cola de los acontecimientos para no quedar en la cuneta? ¿O debe alzar la nariz y anticipar por dónde van a llegar las soluciones?

Precisamente porque la situación no es idónea ni fácil hacen más falta que nunca los auténticos emprendedores.

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