Diario de León

Impunidad israelí y cobardía política

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Tribuna Enrique Javier Díez Gutiérrez

Profesor de la Universidad de León

Como exclama el periodista Fran Sevilla, ¿cómo describir el enésimo crimen de Israel? ¿Qué palabras utilizar para explicar la brutalidad, el derramamiento de sang re, la barbarie que desde hace décadas ejerce Israel, con la complicidad de la mayoría de los israelíes, con la complicidad de los poderosos: Estados Unidos y la Unión Europea? El brutal ataque de la Marina israelí contra la caravana humanitaria de seis barcos es la consecuencia de todo este tiempo, en el que se ha mirado para otro lado mientras Israel cometía, un día tras otro, crímenes de guerra.

Una vez más. No hay ni siquiera sorpresa, no puede haberla. Llevamos décadas de tolerar que los sucesivos gobiernos israelíes, de uno u otro signo, impusieran su ocupación sobre Palestina a sangre y fuego. Los laboristas israelíes son tan responsables como los del Likud, como una población israelí que, en su mayoría, aplaude las acciones criminales de sus dirigentes, igual que la población alemana aplaudía la ocupación de Austria o Checoslovaquia o Francia. La población israelí se mantiene impasible ante la brutalidad de la ocupación de Palestina con la misma complicidad con la que la población alemana asistía al despojo, humillación, mutilación y holocausto de la población judía.

Las palabras del embajador de Israel en España, Rapahel Schutz, un diplomático que siempre está a la altura del Estado fascista israelí que tan bien representa, afirma: «No hay que engañarse por el nombre de flotilla de la libertad o humanitaria. Los soldados israelíes han sido atacados y han actuado en defensa propia». Entre los atacantes, cooperantes, pacifistas, voluntarios, un escritor ahora encarcelado y un Premio Nobel de la Paz. Y entre ellos, nueve, diez o más personas que fueron asesinadas. Sin más.

Si Israel ha asaltado esos barcos que llevaban ayuda humanitaria a Gaza, violando una vez más la legalidad internacional, en un acto de piratería sin precedentes, en aguas internacionales, es porque siempre se le ha tolerado actuar al margen de la ley, sin ninguna consecuencia. Se persigue a los piratas somalíes, pero no a los piratas israelíes; se procesa por crímenes de guerra en Darfur al presidente sudanés, no a los gobernantes israelíes que devastaron Gaza y devastan día a día, desde hace décadas, los territorios palestinos; se preparan sanciones contra Irán por desarrollar un programa nuclear, no a Israel por tener armas nucleares; se juzga en La Haya a los criminales de la ex-Yugoslavia por la limpieza étnica en Bosnia, no a los criminales israelíes por la limpieza étnica en Palestina.

Si algunos europeos hubieran sido asesinados por cualquier otro ejército de Medio Oriente, entonces sí habría oleadas de indignación. ¡Imagínense lo que los medios y el gobierno norteamericano habrían dicho y hecho si el ejército bolivariano hubiese atacado una flotilla humanitaria en el Caribe! Las denuncias habrían sido atronadoras y apabullantes, y la campaña mundial de prensa con feroces críticas a Chávez exigiendo su inmediata destitución llegaría a los cuatro rincones del globo. Ahora, en cambio, reina la circunspección, apostando al olvido que, ciertamente, facilitará el mundial de fútbol. Israel tiene la tranquilidad de su impunidad garantizada.

Estados Unidos, la Otan, la Unión Europea (recuérdese el pacto con el ministro Moratinos y el cambio de ley sobre jurisdicción universal ante crímenes de guerra con el apoyo servil de los diputados del PSOE) continúan avalando la conducta de Israel en Medio Oriente, tergiversando o minimizando la información, ocultando el hecho de que en Gaza hay casi dos millones de personas que viven en una especie de campo de concentración a cielo abierto, que las autoridades de la «democracia» israelí impiden la libre movilidad de las personas y el ingreso de alimentos, medicamentos y productos esenciales para la vida. Que lo que está ocurriendo en Gaza es un lento genocidio, implacable, metódico, cruel: aparte del encierro, emblematizado además por la construcción de un muro de la infamia que recorre toda Palestina, la población es sometida a periódicos bombardeos y toda clase de vejámenes. Las Fuerzas Armadas de Israel, entre el 29 y el 31 de mayo han matado a unos 300 palestinos, dejando a más de 900 heridos, 180 de ellos en condiciones críticas, causados por una serie de intensos ataques aéreos de los que varios edificios, la mayoría civiles, fueron blanco.

En el Hospital Shifa de Gaza no tienen ni gasolina para los generadores de emergencia. Las máquinas de diálisis se estropean y no pueden ser reparadas. Necesitan tratar nuevos casos: personas quemadas por el fósforo blanco israelí. Los ciudadanos de Gaza sufren cortes de luz entre 35 y 60 horas semanales (Oxfam), entre 5 y casi 9 horas diarias. Tres mil ochocientas empresas palestinas han cerrado en estos últimos años. Sólo funcionan actualmente unas cien. Trabajan en ellas menos de mil personas. El 40% de la población vive sin poder emplearse. Naciones Unidas denuncia que el 80% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. En 2009 faltaban en Gaza el 30% de los medicamentos necesarios básicos (OMS). El 46% de los hogares no tiene gas para cocinar. Los ciudadanos queman su ropa para poder hacerlo. Uno de los principales activistas palestinos, Raji Sourani, lo ha resumido así: «Para los niveles de calidad de vida europeos es como si los 1,7 millones de habitantes de Gaza vivieran en una granja [industrial] de animales».

La flotilla por la libertad y la solidaridad, atacada en aguas internacionales, no pretendía encender una chispa para incendiar la pradera de la revolución. Ni siquiera pensaba dar apoyo político-militar a unos u otros combatientes. Pretendían llevar ayuda humanitaria a Gaza, ayuda que paliase su situación momentáneamente y acaso denunciar este terrible y sistemático genocidio silenciado.

Es necesario aunar a todas las fuerzas democráticas del mundo en pro de una finalidad que cada día es más reivindicada por las ciudadanías del mundo. El boicot general al Estado de Israel, aplicando sanciones comerciales y el embargo de armas de forma inmediata. Lo mismo que se hizo para romper el apartheid en Sudáfrica. Como ha exigido el eurodiputado de IU, Willy Meyer, en el Parlamento Europeo, «estamos ante un caso claro de terrorismo de estado, que debe ser castigado conforme a las leyes internacionales. La UE debe pedir cuentas de este crimen contra la humanidad. No puede quedar impune y la UE tiene las herramientas políticas y penales para hacerlo». Nuestro silencio nos hace cómplices.

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