La fusión de las cajas
Con viento fresco josé a. balboa de paz
El sábado escuché en Salamanca gritos contrarios a la fusión de Caja España y Caja Duero de personas que, apostadas frente a la sede central de la última entidad, exhibían pancartas con textos contrarios a dicha fusión. En aquel momento, en Salamanca y León sus respectivas asambleas generales aprobaban, tras dos años de dudas y trabajos, la fusión de ambas con más del noventa por ciento de los votos favorables. No eran muchos los que protestaban en la calle ni tampoco sé si eran realmente representativos de la sociedad salmantina, aunque puedo entender sus temores localistas, que no comparto. Las protestas en Salamanca vienen sucediéndose desde hace meses. A comienzos de año he visto a trabajadores de Caja Duero recogiendo firmas para oponerse a la fusión con Caja España. Cuando una chica se me acercaba para recabar mi firma, casi instintivamente dije: no, gracias, soy de León. Me miró perpleja y, al continuar mi camino, pensé: ¿por qué he dicho eso?, ¿acaso estoy de acuerdo con la fusión?
Tengo una sensación extraña ante la fusión. Por una parte me parece que, desde el punto de vista de la comunidad de Castilla y León, es un bien. No se trata solo de la crisis financiera que padecemos y el gravísimo problema de liquidez de muchas cajas, algunas de las cuales están en estado de quiebra, lo que ha obligado al Banco de España a urgir las fusiones o absorciones, sino que una caja fuerte en la Comunidad es una garantía para el desarrollo de la misma. El Estado de las Autonomías exige contar con recursos propios y las cajas, lo estamos viendo con las fusiones de La Caixa con la Caja de Gerona, en Cataluña, la Caixa de Galicia con Caixa Nova en Galicia, etcétera, son el instrumento financiero de las Comunidades. Pero, por otro lado, esto no hace más que crear diferencias cada vez mayores entre unas comunidades y otras, que la crisis está visualizando aún más, como comprobamos en las diferencias de sueldos y salarios o el nivel de los servicios sociales.
Si esto es cierto, no deja de serlo igualmente el grado de politización que soportan las cajas. Por su origen, la sociedad ha tenido una participación muy estrecha en la dirección y en el funcionamiento de las mismas, pero desde la instauración de la democracia, los partidos políticos, los sindicatos y algunos empresarios las controlan de manera casi absoluta. Buena parte de los problemas que sufren se debe justamente a la simbiosis de políticos y empresarios de la construcción bien conocidos de todos. Da miedo pensar que, si no hay una profunda reforma de las mismas, los políticos seguirán mangoneando las cajas a su antojo, y por tanto una parte sustancial de nuestros ahorros. Quizá habría otras fórmulas, como las que han emprendido Banca Cívica o la alianza de cajas supracomunitarias, como la que promueve Caja Madrid. Probablemente éstas tengan una mayor autonomía, pero esa es la razón por la que tales alianzas han sido denostadas por los políticos de nuestra comunidad, aunque encubran con razones sociales localistas sus críticas.
Las fusiones son necesarias y la de Caja España y Caja Duero sin duda lo es, aun que tengamos suspicacias; pero la situación de la deuda no va a mejorar con ello. En estos momentos el problema que tiene España es que los inversores siguen sin fiarse de nuestro país, que la deuda total supera el 350 por ciento de nuestro PIB y que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, pese a los recortes sociales, no parece capaz de inspirar confianza a los mercados. A la crisis financiera sucedió primero una crisis económica, luego una crisis social, de la que ahora se dan cuenta los sindicatos, y por último una crisis política, que tiene pocas trazas de superarse, pues el presidente no convocará elecciones anticipadas ni, constitucionalmente, existe ningún mecanismo que las imponga. En las constituciones del siglo XIX, por ejemplo las de 1845 y 1876, e incluso en la republicana de 1931 el Jefe del Estado tenía poderes para hacerlo, pero no en la de 1978, en la que el rey es como un cero a la izquierda. ¿Para qué sirve un rey?
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